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DON'T TELL ME GOODBYE


Título: Because Of You
Autor: Neon Light  (@OrionTilenni)
Género: Romance, drama y Yaoi (Chico x chico)
Este one shot es sobre el grupo de Kpop "SHINee" es un 'JongYu' 
Canciones incluídas en el fanfic: Hello - Evanescence y The Name I Loved - SHINee


Relato


Prólogo:
Caminaba, las gotas de lluvia caían heladas sobre mis mejillas. El césped se hundía humedecido bajo mis pies y solo era consciente del silencio que se instalaba a nuestro alrededor, aunque decenas de personas abarrotasen el cementerio. No había palabras para nadie.

Las nubes de lluvia vienen a jugar, otra vez.

Busqué como un autómata unos dedos que se entrelazasen con los míos pero solo encontré vacío y lluvia, cerré la mano imaginando que había algo en ella, imaginando que estaba en cualquier otra parte del mundo. Cualquier otra parte del mundo que no fuera allí, enterrando a mi hermano.
Pero en realidad… en realidad estaba perdiendo mucho más.
Me giré, le vi entre la gente empapado y triste,  sus lágrimas se mezclaban con la lluvia y yo me pregunté… ¿Porqué no lloraba? Dijo mi nombre y no pude escucharlo. Cruzamos te quieros inaudibles y sonrió por última vez cuando cerré los ojos.
“Adiós” susurré y cuando los abrí, ya no estaba allí.


Tres meses antes mamá y papá nos sentaban a mí y a Taemin en el sofá, fuera brillaba el sol con fuerza y yo estaba ansioso por huir de ahí y correr hacia la playa. Movía la pierna nervioso y Taemin se reía mientras me ponía en ella la mano para que me tranquilizara.
Ojalá en ese momento hubiera reparado en la palidez de sus mejillas, ojalá me hubiera dado cuenta de que sus ojos no brillaban igual. A su lado se sentó papá y mamá al mío, tenía la manía de darme un golpecito en la nariz y sonreír siempre que me veía, supe que algo iba mal cuando esa tarde, al hacerlo, se deslizó una lágrima por su mejilla.
-¿Qué pasa mamá?- empecé a ponerme realmente nervioso, busqué la mirada de Taemin esperando encontrar alguna respuesta pero estaba fija en el suelo, fría y distante.
-Jonghyun cariño, hay algo sobre lo que tenemos que hablar pero necesitamos que estés tranquilo.
-Si me dices eso es que no podré hacerlo…- me costaba controlar mis nervios, desde niño sufría unas crisis de ansiedad muy fuertes, demasiado fuertes y me costaba demasiado controlarlas. Suspiré, coloqué las manos sobre las rodillas y las dejé quietas, volví a enfrentar los ojos de mi madre.
-Como sabrás, tu hermano y yo hemos pasado varios días fuera.- hacía una semana, ella y Taemin habían viajado a Seúl para unas pruebas de baile de Taemin.
-Sí, habéis ido a un casting ¿Verdad?
Negó con la cabeza y calló un segundo, podía ver que empezaba a temblarle el labio inferior ligeramente. Odiaba los rodeos, era como arrancar una tirita lentamente, estúpido e innecesario, lo más fácil era soltarlo, simple y rápido.
-El médico quería hacerle unos exámenes de urgencia a tu hermano y…
-¡¿QUÉ?! ¿Habéis llevado a Taemin al hospital sin decírmelo?- me levanté, histérico. No soportaba que me mintieran y menos cuando tenía que ver con mi hermano pequeño, si, lo sobreprotegía, siempre lo había hecho pero era mi hermano.
-No queríamos asustarte innecesariamente cielo.- pues lo habían conseguido.
-Y me lo dices ahora porque...
-Tengo cáncer.
Su voz sonó firme y decidida, solo yo, que le conocía mejor que nadie, noté que se rompía.
-No…
-Sí.
-Es imposible, tienes dieciséis años, siempre has estado bien…
-No se nota porque está en mi cabeza.- y lo decía con aquella calma, con sus ojitos, tan preciosos fijos en los míos. Todo el mundo se había quedado congelado a mi alrededor, todo menos él y sus manos apretando la tela de sus vaqueros.
-¿Y ahora qué?
Ahora mamá lloraba con fuerza, se tapaba con el pelo y papá apretaba el puño contra la boca, parecía que ninguno de los dos tenía fuerzas para mirarnos, solo Taemin se mantenía en calma, una calma que se desmentía en sus ojos.
-Ahora… esperar.
-¿Esperar a qué?
En vez de responder  me miró, esa mirada se me clavó en el alma y no pude respirar, me tambaleé hacia atrás y me caí sentado en el suelo sobre la alfombra del salón.
-No, no, no, no.
Me levanté y empecé a correr, abrí la puerta de casa y salí sin mirar atrás. Nadie me lo impidió. Nadie podía retenerme allí a ver como mi vida se desmoronaba.


Corrí y corrí mientras el sol ardía en mis ojos con las lágrimas que no caían nublándome la vista. No podía pensar, solo escuchaba palabras inconexas, me sentía engañado, destrozado y en parte, insensible, tenía un nudo tan grande en la garganta que no podía diferenciar nada.
Llegué a la puerta cerrada de la casa de la única persona que podía contenerme en aquel momento y la aporreé con rabia ignorando el timbre.
Tardó un minuto en abrir, sus ojos estaban entrecerrados porque seguramente estaría durmiendo y tenía la camiseta mal puesta.
-¿Sabes de un maravilloso invento llamado timbre? Sirve para no tirar las puertas abajo.- dijo restregándose los ojos con el dorso de la mano.- Eh… ¿Qué pasa?
Me derrumbé sobre él, me cogió por los hombros para evitar que me callera al suelo pero me deslicé hasta que mis rodillas chocaron contra él dolorosamente.
-Me estás asustando…- me costaba respirar- respira Jonghyun, mírame.
-Taemin- sollocé con un horrible dolor en el pecho, seguía sin ser capaz de llorar- se muere.
-¿Qué?
Nos quedamos así, sin mirarnos y arrodillados en el suelo con la puerta aun abierta. Me golpeé mentalmente por no haberlo pensado antes, por no haber pensando en que aquello no solo me destrozaría a mí.
-No puede ser…
Agarré su camiseta y apreté la tela apoyándome en su pecho, me rodeó con los brazos y noté que yo mismo estaba temblando.
-Se muere… Kibum, Taemin se muere…
Ahogué un grito tan fuerte que me ardió la garganta y él me apretó muy fuerte contra su cuerpo.
-Tranquilo, tranquilo. No pasa nada.
Decía eso con la voz hecha pedazos, pude sentir sus lágrimas que se deslizaron por su barbilla y cayeron en mi mejilla. Cerré los ojos y sentí sus dedos temblorosos ascendiendo por mi espalda, apretándola.
-Dime que no es verdad… tiene que ser una pesadilla. Despiértame, por favor…
-No puedo, no puedo hacer eso.
-Despiértame…
Minho apareció por el pasillo también frotándose los ojos, al contrario que Key él solo iba vestido con un pantalón negro caído, se quedó quieto a mitad de camino cuando nos vio acurrucados en el suelo, se alarmó al ver que Key lloraba.
Nos levantó a los dos, limpió las mejillas de Kibum con los dedos y le besó la frente despacio. Él siempre estaba ahí como una barrera contra todo, cuidaba de Key porque era su pareja, llevaba siéndolo media vida y cuidaba de mí porque… ni siquiera yo sabía por qué, pero nunca los había necesitado tanto como en aquel momento.

No dije nada más, me acurruqué en el sofá mientras Minho acunaba a Key en sus brazos. Nuestro pequeño no dejaba de llorar, lloraba por él, por mí, por el dolor que me atenazaba y no me dejaba mover ni un solo músculo.
-Tienes que volver con él, no puedes esconderte.- susurró Minho cuando el sol ya se había escondido y todo estaba rodeado de oscuridad.
-¿Y qué hago?
-Cuídale.
-Voy a perderle…- no podía terminar la frase sin apretar los dientes.
-No le hagas sentir que él te está perdiendo a ti.
Odié sus palabras, odié que tuviera razón, odie tener que reunir fuerzas para marcharme… me incliné sobre donde Key estaba acurrucado en el sofá y le di un beso rápido en la frente. Él quería a Taemin tanto como a mí, nunca habíamos estado separados, éramos una familia… una familia que se rompía.
Antes de salir por la puerta Minho me retuvo, me miró a los ojos y pude ver la devastación en su casi siempre inexpresiva mirada.
-Iremos a verle en cuando Kibum…
-Lo sé, tiene que hacerse a la idea.
-Y tú también.
-No lo haré.
Me di la vuelta para marcharme, la temperatura había bajado considerablemente y el frío se coló debajo de mi ropa, la calle, solitaria y silenciosa me pareció un camino eterno que me separaba de lo único que daba sentido a mi vida, así fue, como empecé a correr de nuevo.
Llegué a casa jadeando, sudando en contra del frío y subí corriendo las escaleras que me separaban de la habitación de Tae. Abrí la puerta despacio, el silencio se rompía con unas leves notas de piano que salían de la cadena de música que él tanto adoraba, y sobre las notas, estaba su voz.
-Lo siento.- dije sin atreverme a traspasar el umbral. En vez de contestar, cantó más fuerte, había tanto dolor en su voz que me temblaron las rodillas.- Tenía demasiado miedo.
-Ya somos dos.- susurró.
Cerré la puerta detrás de mí y avancé hacia su cama, me senté a su lado y le abracé con todas mis fuerzas, olía al mismo champú de siempre, ese que me relajaba siempre que no podía dormir y él se colaba entre mis sábanas para tranquilizarme. Aquella noche fui yo el que aun totalmente vestido se acurrucó a su lado.
Apoyó la cabeza en mi pecho, jugó con mis dedos y suspiró muy despacio.
-Cántame.
Con mi voz, brotaron al fin las lágrimas… enturbiando mi canción, convirtiéndola en una serie de torpes palabras que intentaban ser algo bonito para él pero sonaban patéticas a mis oídos. Me abrazó más fuerte y cerré los ojos con fuerza para retenerlas un poco y que no me ahogasen allí mismo. Cuando dejé de cantar, él ya dormía.
-No puedo perderte…- le dije a su dormido rostro, poco después me arrastró el cansancio, me arrastró a soñar que quizás al despertar, todo sería diferente.
Pero no lo fue.

Un mes después, todo empeoró.
-Lo más prudente sería dejarle aquí, no sabemos las reacciones que puede tener a la medicación, necesitamos tenerle bajo vigilancia.
Yo escuchaba las palabras del médico de lejos, sentado en una de aquellas infernalmente incómodas sillas de plástico. Fijé los ojos en las manecillas del reloj, me centré en el rítmico e inmutable sonido de su movimiento, ese tic-tac que me recordaba que tenía que mantener la calma.
En ese momento nadie me veía y me deslicé detrás de ellos, busqué por el angosto y pálido pasillo la habitación donde mi hermano dormía. La encontré al cuarto intento.
Estaba dormido, pálido como una hoja de papel y en apariencia, tan perfecto como siempre había sido, nadie diría que aquel chico sería en poco tiempo la estampa de la propia muerte. Nadie diría que había algo tan terrible dentro él que lo estaba arrancando de mi lado.
Abrió los ojos cuando me acerqué y sonrió, le acaricié la mejilla despacio.
-Seguro que no deberías estar aquí.
-¿Desde cuándo me gustan a mí las normas?
-Eres un idiota…- cerró los ojos, cuando lo hizo y se relajó pude ver con nitidez el cansancio que danzaba en sus preciosas mejillas. Me mordí el labio con rabia.
-¿Van a dejarme aquí?
-Nadie va a dejarte en ningún sitio, estaré contigo.
-No quiero pasar lo que me queda aquí… no quiero.
Le abracé y noté como restregaba su mejilla en mi cuello, como no me devolvía el abrazo y su voz tomaba ese tono que le hacía parecer más niño de lo que era.
-Encontraremos una solución, la encontraremos.
Escuché que las voces se acercaban y sabía que no podían encontrarme allí o tendría que aguantar la charla del médico y aun peor, la de mis padres, me escabullí como pude hasta estar de nuevo avanzando por el pasillo, tenía la sensación de que cada vez que me alejaba de Taemin podía ser la última y ya no me quedaba más labio sano ni más uñas que mordisquear. Caminé sin rumbo por el hospital, la tarde demasiado gris se colaba por los grandes ventanales que se desperdigaban por todas partes.

Salí hacia los enormes jardines que bordeaban el gran hospital el cual para pagarlo mi padre había tendido que doblar turno en el trabajo y yo había empezado a trabajar también.
Bajé distraído arrastrando los pies sobre el césped, sobre mi cabeza el cielo empezaba a enfurecerse y teñirse de gris, amenazaba con lluvia y yo deseé que lloviera, odiaba esos días oscuros en los que el calor se queda estancado en el aire parece que no te deja respirar.
Entonces le vi.

Estaba acostado en el campo con los ojos fijos en el cielo, los brazos hacia atrás y apoyando la cabeza en ellos, estaba totalmente solo y parecía estar sonriendo. Pasé por su lado sin decir nada pero no pude evitar mirarle, él me devolvió la mirada y nunca había visto unos ojos así.
No tenían nada de especial, eran castaños y rasgados, incluso más que los míos pero había algo más, su expresión, su mirada… me quedé parado, entonces si me sonrió.
-Hola.
-Ho… hola.
-¿Qué haces aquí?
-Desconectar… ¿Y tú?
-Contar nubes.
Le miré como si estuviera loco y seguramente así era.
-¿Te has escapado de psiquiatría?
-Muy gracioso- lo increíble fue que no había ironía en sus palabas, empezó a reírse de verdad- aunque podría ser… ¿Te daría miedo estar con un loco?
-Prefiero estar fuera con un loco que ahí dentro con…- no terminé la frase, me mordí el labio y aparté la mirada.
-¿Quieres contar nubes conmigo?
No sé por qué asentí ni por qué me acosté a su lado, ni porqué empecé a reírme cuando de verdad, empezó a intentar contar las nubes en voz alta. Era la estupidez más grande que había escuchado nunca pero tenía una voz agradable y una risa contagiosa y dulce.
-¿Cómo te llamas?
-Jonghyun ¿Y tú?
-Onew.
-¿Por qué estás aquí?
-Me gusta este sitio, es el único que he encontrado donde hay silencio de verdad, donde sé que nadie vendrá.
-Pero… yo he venido.
-Lo sé.- se giró sobre el campo y me miró fijamente, parecía que estudiaba mi expresión pero no me moví, seguí mirando como el cielo seguía oscureciéndose.- Estás hecho una mierda ¿Hace cuanto que no duermes?
-Creo que un par de siglos.
-¿Por qué estás tú aquí?
-No sé porque tendría que contártelo, eres un loco que se tira en el campo a contar nubes.
-Por eso, no me conoces y estoy como una cabra, es más fácil hablar con desconocidos y los locos escuchamos mejor.
-¿Entonces estás loco?
-Si eso te hace sentir mejor.
-Idiota…- reí, hacía tanto que no me reía… le di la razón mentalmente, siempre era más fácil hablar con un desconocido, hablar con alguien a quien no le importe nada de lo que digas, que solo escuche.- Mi hermano pequeño tiene cáncer terminal. Acaban de decirnos que no volverá a casa.
-Y no sabes qué te da más miedo si el hecho de que muera o el hecho de que termine sus días aquí.
Aquella pregunta que no me había planteado fue como una patada en el estómago… no había querido pensarlo, no había querido enfrentar que eso era exactamente lo que iba a suceder, no sin saber cómo solucionarlo. ¿Cómo iba yo a mirarle a los ojos y decirle que lo último que vería sería aquella habitación?
Taemin era la persona más fuerte y soñadora que conocía, siempre estaba con los pies fuera de la tierra, siempre hablaba de que quería ver el mundo, lograr sus sueños y ser libre. Ahora su vida se reducía a cuatro paredes blancas y una camilla que olía a plástico y desinfectante.
-Esto no puede acabar así- susurré notando como se me deslizaban las lágrimas de impotencia por las mejillas, me tapé la cara con el brazo sin pensar que imagen de mi tendría aquel chico, no me importaba lo más mínimo.
-No puedes derrumbarte, tienes que ser fuerte por él, seguro que te necesita.
-¿Y qué sentido tiene si no puedo cambiar nada?
Noté sus dedos apartándome el brazo, le miré a los ojos y seguía sonriendo, esta vez de lado con una expresión que denotaba pesar, y un poquito de esperanza.
-Que estés a su lado lo cambia todo.
No dije nada, él tampoco, volvimos a mirar hacia arriba en silencio, la calma que reinaba contrastaba con la tormenta que yo sentía por dentro, necesitaba sacar fuerzas para enfrentarlo todo. Tenía que ser fuerte por mí y por él.
Los minutos pasaron tan rápido como las nubes ante mis ojos, cuando me di cuenta ya era tarde y seguramente estarían buscándome.
-Tengo que irme.
-Pensaba que te habías dormido.
-Ha estado cerca.
-¿Estás bien?
No contesté, solo sonreí de lado y me di la vuelta para marcharme, pero cometí el error de mirarle y dejar que otras palabras salieran de mi boca.
-¿Volveré a verte?
Asintió y yo volví a sonreír, quizás… el que estaba loco allí era yo.

Mientras mis padres peleaban conmigo para que accediera a irme a casa a dormir, mi móvil empezó a pegar gritos que nos sobresaltaron a todos, en la pantalla vi el nombre de Kibum y no me quedó más remedio que contestar, a cabezota no le ganaba y podía pasarse horas intentándolo.
-¿Qué quieres Bummie?
-Estamos en la entrada del hospital, como soy muy inteligente y te conozco sé que te negarás a irte a casa pero tus padres te obligarán a hacerlo.
-¿Y?
-¿Cómo que y? Baja aquí ahora mismo y mete ese culo en el coche.
-Quiero quedarme con Taemin…
-Pero no puedes.
-Está bien.
Colgué sin más, abrí la puerta de la habitación y Tae levantó la vista hacia mí, que adorable estaba cuando tenía sueño… me acerqué y dejé un beso largo en su mejilla, tan largo que por un momento pensé que podría hacerlo eterno.
-Tengo que irme.
-Lo sé, gritabais tanto que era difícil no escucharos.- sonrió, se le veía cansado.
-Voy a estar con Kibum, sabes que si nos necesitas…
-Si os necesito asaltareis el hospital para venir en mi busca, lo sé pedazo de idiota.- me dio un golpecito en la nariz con el dedo e hice aquel gesto que siempre le hacía reír.- Sigues pareciendo un cachorrito.
-Si vuelves a llamarme cachorrito mañana no te contaré que he conocido a un chico…- le enseñé la lengua antes de huir hacia la puerta.
-¡No te atreverás!
-Sabes que te quiero ¿Verdad?
-No te pongas melodramático y vete antes de que Key suba a buscarte.
Antes de cerrar la puerta me llamó y sus ojos brillaban cuando le miré.
-Yo también te quiero.
Bajé casi corriendo las escaleras, llegué al coche donde Key y Minho me esperaban apoyados fuera de él. Tenía el corazón encogido por aquel te quiero, pocas veces había escuchado esas palabras de él, pocas veces con aquella intensidad.

En cuanto me acerqué Key me abrazó y me reconfortó con su suave olor de siempre, tenía algo que siempre me calmaba, creo que eran sus ojos o su expresión, o la forma que tenía de mirarme, mi vida nunca habría sido lo mismo sin Key.
Nos sentamos al fondo de nuestra cafetería favorita, Minho descansaba la mejilla contra la mano de Kibum, tenía aspecto de cansado y lo cierto era que últimamente trabajaba mucho y más desde lo de Taemin. Todos estábamos algo distantes, siempre buscábamos algo que hacer, algo en lo que centrarnos que no fuera el cercano futuro que tan negro pintaba.
-¿Cómo está hoy?
-Despierto y algo más tranquilo, no deja de hacerse el fuerte como si nada sucediese… tengo miedo a que se derrumbe.
-No lo hará, es Taemin.
-Es un niño.
Bebí el café despacio, ese sabor  ya tan conocido me inundó la boca y la garganta, desde que Taemin había empezado a empeorar el café era mi más fiel compañero.
-Tengo que contarte algo que no va a gustarte demasiado.
-Suéltalo.
-Esta mañana he hablado con Kai- me envaré en la silla y le dirigí una mirada furibunda nada disimulada- Quiere verle.
-¿Qué quiere verle ahora? ¿Para destrozar sus últimos días como destrozó los anteriores?
-Eso no es cierto y lo sabes, Kai es un niño igual que Taemin, no puedes culparle por no saber enfrentar sus sentimientos.
-Pero por su indecisión fui yo quien secó las lágrimas de Tae.
-Taemin querrá verle, sabes que querrá.
Suspiré, de solo recordar lo mucho que mi hermano había llorado por el rechazo de Kai me hervía la sangre en las venas pero era su amigo, siempre lo había sido y le echaba de menos, eso lo sabía ¿Quién era yo para interponerme entonces?
-Está bien pero si le hace daño otra vez… lo mato.
Es noche la pasé acurrucado en el sofá de casa de mis amigos mientras ellos dormían en la habitación con la puerta cerrada. Me levanté de madrugada totalmente despejado y me senté frente a la ventana, empecé a escribir palabras que rondaban mi cabeza y que sin darme cuenta, parecían una canción.
No pude evitar mirar al cielo y recordar la sonrisa de Onew.
Pero no volví a verle hasta tres semanas después, tres semanas en las que se había instalado a mí alrededor una rutina que se reducía a trabajar por las mañanas, pasar la tarde con Taemin y con suerte, dormir a su lado en aquella fantástica y maravillosa silla que tenía como finalidad destrozar mi espalda.

Estábamos Minho y yo jugando a las cartas mientras Taemin intentaba que alguno de los dos ganase por una vez, sin trampas de por medio y teníamos lágrimas en los ojos de tanto reírnos, hacía apenas una hora Kai había estado acurrucado junto a él y cada vez que lo hacía parecía dejar una estela de luz en sus ojos castaños.
Se me cortó la risa de golpe cuando Taemin empezó a sangrar por la nariz, sus ojos se pusieron blancos y quedó inmóvil sobre la almohada.
Grité, Minho se puso blanco y se quedó inmóvil, las enfermeras tuvieron que sacarnos de allí y a la fuerza y yo no pude dejar de gritar su nombre como un loco.
Mi pequeño…
Minho me cogió la mano en el pasillo pero la solté de golpe y empecé a correr por el pasillo hasta la puerta, después al jardín, al césped despejado donde había visto a Onew por primera y última vez. Y allí estaba de nuevo, al escucharme me miró con una sonrisa, se borró al instante cuando vio que las puntas de mis dedos estaban manchadas de sangre y mis hombros temblaban.
No sé por qué dejé que me abrazara pero cuando me di cuenta me acurrucaba contra su pecho en silencio y aguantaba mis temblores.
-Me está destrozando, no puedo soportarlo.
-Lo estás haciendo muy bien, estás siendo muy valiente.
-No sabes lo que dices… solo estás loco.
Le sentí reír y me apretó un poco más fuerte, nos quedamos así hasta que pude respirar y le miré a los ojos, pude ver mi destrozado reflejo en ellos.
-Ya puedes soltarme.- susurré después de unos minutos más.
-¿Has venido aquí a buscarme?
-Quería huir.
-Puedes huir conmigo, siempre que quieras.
Ahora le abracé yo, no me importó porqué, solo hundí el rostro entre su hombro y su cuello, apreté su cintura entre mis brazos e intenté no romperme pensando en que quizás al soltarle y volver, mi hermano ya estaría muerto.
-Quiero huir ahora.-murmuré y él me separó y me puso los dedos en la mejilla.
-¿Estás seguro?
Lo pensé unos segundos y negué con la cabeza, por más que quisiera hacerlo, no podría ni me lo perdonaría. Me pasó los dedos con las mejillas para secarme las lágrimas y me hizo un gesto para que volviera por donde había venido.
-¿Seguirás contando nubes?
-Hasta que vuelvas.

Si sonrío y no creo. Sé que pronto despertaré de este sueño.

Aquella noche no pude volver a ver a Taemin, estaba vivo pero ni siquiera nos dejaban verle, solo veía a los médicos entrar y salir de su habitación, así los dos día siguientes a aquel. Pasé las horas tirado en el campo con Onew hablando de todo y de nada, nunca teníamos conversaciones muy lógicas ni muy normales, él siempre parecía leerme el pensamiento y se reía de cosas que yo no entendía, vivía en un mundo aparte, un mundo del que poco a poco, empecé a formar parte.
La calma volvió poco después, una calma triste y cargada de silencios pesados, de noches sin dormir, de lágrimas al aire y cafés interminables en los pasillos. Cuando no estábamos mis padres o yo con Taemin lo estaban Kibum, Minho o Kai, me di cuenta de que había odiado a aquel chico sin conocerle. Era dulce, siempre estaba pendiente de él, se dormía acariciándole el pelo y le cantaba en voz baja cuando lloraba, cada día que pasaba parecía que se querían más y por tanto, dolía más.
No hablé de Onew, le guardé para mí en un rincón de mi cabeza, como un refugio secreto que solo me pertenecía a mí. Cada día descubría algo nuevo de él, un gesto, una manía… empecé a conocerle, empecé a sentir que quería conocerle más y a veces, a su lado, sentía que podía enfrentar todo aquello. Porque sin razón alguna, él creía en mi.

Estábamos ya en Noviembre, hacía frío, llegaba empapado y con la nariz colorada y un helado sorpresa para Taemin enfriándome las manos cuando vi a mis padres reunidos con el médico. Me hicieron un gesto para que esperara a distancia de ellos pero lo ignoré y me acerqué a escuchar la frase que terminó por devastarlo todo.
-No podemos asegurar más de un meses, siendo optimistas.
-¿Qué?
-Cariño…- mamá me miró, papá se dio la vuelta y se alejó con los puños apretados.- Cariño mírame.
-¿Vas a decírselo?
-No sé cómo hacerlo.
-Espera a que pase su cumpleaños, solo quedan unos días, deja que lo disfrute, solo eso.
Asintió después de un rato y apretó mi mano con la suya.
-Key está con él en la habitación.
-Lo sé, he venido en cuanto he podido.
-Trabajas demasiado… tienes que descansar.
-No hay tiempo para eso.- le di un beso en la mejilla y me apoyé en la puerta de la habitación desde donde escuchaba la amortiguada voz de Kibum.
-No quiero ver a Jonghyun… no quiero que él me vea así.
-¿Porqué?
-Se obsesiona con hacerme feliz, no entiende que ya me he hecho a la idea, no entiende que… ya no merece la pena disimular.
-Pero…
-Key, mírame a los ojos y dime que puedo ser libre, si me lo dices te creeré.
Unos segundos después escuché el sollozo de Key, un puñetazo en la pared que la hizo temblar.
-Yo tampoco quiero que me veas así a mí.- y diciendo eso supe que venía hacia la puerta y me aparté.
Le vi salir y enfilar el pasillo a toda velocidad, no reparó en que yo estaba ahí pegado a la pared, caminaba con paso firme y decidido, sentí la tentación de correr tras él y sofocar su dolor pero le conocía lo suficiente para saber que lo que necesitaba era estar solo.

Abrí despacio la puerta de la habitación de Taemin y al verme se tapó con la almohada, tenía unas ojeras muy profundas, su piel ya no se coloraba en las mejillas ni sus labios tenían el precioso tono rosado que le hacían tan dulce.
-Quiero estar solo Jong…
-¿Seguro?- forcé una sonrisa asomando delante de mí el helado que le había traído y que estaba peligrosamente cercano a derretirse. Le brillaron los ojos y abrió la boca de par en par, después se revolvió casi como un niño pequeño y no pude resistirme a acercarme y esta vez, al ver su sonrisa, sonreí de verdad.- No puedes resistirte a la tentación.
-Si me dices que me has traído un helado con caramelo…
-Doble caramelo, para ser más exactos.
Se mordió el labio y me lo arrancó de las manos encogiéndose ilusionado como si tuviera un tesoro único en su poder, a medida que se tomaba el helado su sonrisa crecía y parecía un poquito más feliz. Me quedé mirándole perdido en mis pensamientos cuando noté algo frío en la nariz.
-¿Quieres guerra?- me había manchado la nariz y se reía de forma contagiosa. Asintió y me amenazó con más helado en los dedos apuntando hacia mi cara.- No me hagas recurrir a las cosquillas…
-¡Nunca!

Y terminé sobre él haciéndole cosquillas en el cuello mientras él me dejaba la cara como un cuadro abstracto y pringoso, papá abrió la puerta diciendo algo pero se quedó parado totalmente al encontrar semejante escena.
-¿Lo pasáis bien?
-Mucho.
-¿No se suponía que el helado era para comer?
-Sí, pero tiene gran potencial como maquillaje, mira que bien le sienta a Jjong~- canturreó Taemin huyendo de mis dedos.
-No os hagáis daño y no gritéis mucho ¿Vale?- nuestra actitud también hizo sonreír a papá y grabé su expresión en mis recuerdos… nunca volvería a verle reír igual.
Nos calmamos poco a poco y tuve que lavarme la cara a conciencia mientras Taemin no dejaba de atragantarse por la risa al verme tan ridículamente embadurnado.
-No me has vuelto a hablar del chico misterioso…
-No es un chico misterioso, solo es un poco rarito, un poco guapo, un poco interesante…
-Y a ti solo te gusta un poco.
-¿Qué? ¿De dónde sacas eso?
-Casi se te cae la baba cuando has pensado en él ¿Pensabas ocultármelo? ¡Traidor!
-Idiota, ahora mi prioridad eres tú y eso es lo único que me importa.
-¿Quién es el idiota aquí? No quiero que condiciones tu vida solo porque yo…
-Solo porque tú nada. No quiero que lo digas.
-Pero los dos sabemos que es cuestión de tiempo… voy a morir y tienes que dejarme ir, tienes que seguir con tu vida.
-Si no estás en ella…
-No me digas que no quieres vivir sin mí, no te perdonaré si te atreves a decir semejante estupidez.
-Todos mis sueños eran contigo, todo mi futuro era el tuyo, se suponía que Juliard nos esperaba a los dos.
-Prométeme que irás, que si te aceptan irás a Nueva York y darás lo mejor de ti.
-Pero ese era nuestro sueño.
-Lo vivirás por los dos.
Apreté los puños, no pude evitar pensar en que llevábamos toda la vida esforzándonos dedicándonos a la música y que estábamos cerca de conseguirlo, solo nos quedaba recibir la carta que nos confirmaba la admisión o por el contrario, la negaba, solo eso nos separaba de abandonar nuestra ciudad para irnos a miles de kilómetros a cumplir nuestras metas… Ahora serían solo las mías.
Aunque él tenía mucho más talento que yo, más valentía, más fuerza… todo quedaba reducido a aquella camilla.
Después de esa tarde, la fuerza se le escapaba, a veces pasaba horas en silencio, acurrucado sin soltar mi mano, descansaba los labios sobre ella y cuando lloraba, incluso mientras dormía, le limpiaba las lágrimas como un loco, no lo soportaba.

La noche antes del cumpleaños de Taemin llegué a casa agotado, roto, solo. La casa estaba a oscuras y el silencio se me clavaba como agujas en los oídos, arrastré los pies por las escaleras hasta la habitación y me caí de cualquier manera sobre la cama que lleva alrededor de dos semanas deshecha.
Me sobresaltó el timbre apenas unos minutos después y remoloneé como un gato antes de dignarme a bajar hasta la entrada. Abrí la puerta y tuve que parpadear para creerme lo que veía.
-¿Y tú de donde sales?
-Acosador a domicilio.- Sonrió y yo me quedé como un idiota mirando su sonrisa- ¿Vas a dejarme aquí?
-Me has seguido.- afirmé como si no fuera algo evidente.- Estás como una cabra.
Iba a decirle que se marchara y me dejara seguir con mi nocturna autocompasión pero hizo la única cosa a la que no podía resistirme, puso carita de niño pequeño y bajó la mirada al suelo mientras susurraba “quería verte”. Como le odié en ese momento, que ganas de abrazarle tuve en ese momento.

Nos acurrucamos sobre mi cama en silencio, vi como la recorría con los ojos sin disimular su curiosidad. En resumen, mi habitación era una desordenada selva plagada de ropa, cds, velas y libros, lo único que podía llamar la atención era el piano que tantísimo me había costado conseguir y que se empotraba en la pared contraria a mi cama.
-¿Tocas el piano?
-No lo tendría si no fuera así.
-Yo también.- susurró y aun con la oscuridad que nos rodeaba pude ver que se sonrojaba un poco. Lo que me faltaba, también sabía de música. Le pegué un par de empujoncitos hasta que casi se cae de la cama.
-Toca para mí, después de acosarme es lo menos que puedes hacer.
-He dicho que lo toco, no que lo haga bien.
-Me arriesgaré.
-Temo por tus tímpanos.
-Teme por tu vida si no te sientas ahí ahora mismo.
Refunfuñó hasta que se sentó en el taburete y deslizó los dedos por las teclas que seguramente estarían ya algo polvorientas, no había vuelto a tocar desde el día en el que supe que Taemin estaba enfermo, no soportaba tocarlo si él no estaba acurrucado en la cama mirándome.
-Me arrepentiré de esto…- susurró y antes de darme tiempo a responder empezó a tocar.
Aquella era la canción más triste que había escuchado nunca, era como si hubiera arrancado las notas de alguna parte de mi y les diera vida con sus dedos, incluso podría decir que conocía esa melodía, mientras la escuchaba pensaba en la canción que había escrito en mis últimas noches de insomnio, era perfecta… encajaban a la perfección. Quise cerrar los ojos pero no pude despegarlos de él ni de su expresión, seria por primera vez, triste y apagada por la falta de luz.

-Canta.- susurré también. Y cantó exactamente la misma canción que rondaba mi cabeza, esa que solo conocíamos el papel y yo. Acompañada la letra por la voz más bonita que había escuchado nunca, empecé a notar estremecimientos por todas partes.
-Es imposible que conozcas esa canción.- murmuré cuando terminó y se quedó inmóvil mirando fijamente las teclas donde aun descansaban sus manos. Me acerqué despacio sin hacer ruido, puse las manos en sus hombros con el corazón latiendo tan rápido que casi podía escucharlo en el repentino silencio. Entrelazó los dedos con los míos y tiró hasta que le rodeé el cuello notando su espalda contra mi pecho, el suave calor que desprendía conquistándome sin darme cuenta. Apoyé los labios en su pelo, nuestros dedos jugaban y se enredaban.
-No eres de verdad.- pensé en voz alta y él soltó una risita suave guiándome los dedos para acariciarle el cuello- No puedes serlo.
-¿Por qué?
-Porque eres demasiado…
-¿Guapo? ¿Maravilloso?
-¡Y exagerado!- reí un segundo, solo un segundo- ¿Cómo puedes conocer esa canción?
-Tienes que recordar…- la voz salió rota de sus labios cuando susurró aquello que no comprendí.
Se dio la vuelta y me llevó de las manos hasta la cama, me tragué la risa ante la intensidad de sus ojos, me senté y él quedó frente a mí, se agachó y suspiró haciéndome sentir su aliento en los labios. Tragué saliva con dificultad, tenerle tan cerca no me dejaba respirar.
Tampoco pude respirar cuando sentí su boca sobre la mía, presionó hasta que me vencí sobre el colchón y su cuerpo quedó tendido sobre mí, notaba su peso suave, sus manos en mi cintura acariciándola con infinita dulzura.
Ahogué un suspiro en sus labios, sonrió y le mordí despacio el labio inferior, tan suave, era tan suave… tanto que no podía ser real.

Empezó a besarme la mandíbula y el cuello asomando de vez en cuando la lengua para trazar símbolos sin sentido sobre mi piel arrancándome pequeños jadeos que me encendían las mejillas por la vergüenza. Mis manos empezaron a deslizarse por la piel de su espalda, poco a poco invadiendo su cuerpo debajo de la ropa, su piel, cada centímetro de él que estaba a mi alcance. Enredé los dedos en su pelo para besarle con más fuerza, suspiró cuando su lengua y la mía terminaron de encontrarse y jugaron sin buscar ganador alguno, la simple sensación eléctrica que me recorría la piel al sentirle era lo más intenso que había sentido nunca.
Quizás la tristeza y la desesperación me llevaron a actuar así, a quedar prácticamente sin ropa entre mis sábanas y su piel, que descubrí infernalmente suave en sus piernas y no pude apartar las manos de ellas.

Empezábamos a sudar, a respirar rápido y fuerte, a no poder pensar. En la oscuridad podía ver sus ojos brillando de vez en cuando con la mortecina luz que se colaba por la ventana y era la criatura más espectacular que había visto nunca, me gustaba tanto que me dolía, le deseaba tanto que sentía hambre y él sonreía de esa manera que me quitó el corazón.
Pero no pude seguir, me sentí la peor persona del mundo cuando recordé que al día siguiente mi hermano cumplía los diecisiete años, que los cumpliría en un hospital y ese sería el último cumpleaños. Le aparté con las manos en los hombros y giré la cara para que no me viera mordiéndome el labio hasta hacerme daño.
-Eh… mírame, no tenemos que hacer nada que tú no quieras.
-El problema es que si quiero… joder, claro que quiero pero no puedo, no ahora.
Se quitó de encima de mí y se quedó a mi lado, deslizó los brazos por mi cintura y recostó la cabeza en mi hombro, no dejó de abrazarme ni un momento mientras mi autodestrucción y yo erosionábamos la perfección de aquel momento.
-No quiero que me hagas feliz ahora, no es justo.
-Pero para eso he venido, para protegerte, para que sonrías… para que no te rindas.
-Has venido para darle la vuelta a mi mundo.
No contestó, me abrazó un poco más fuerte y yo acaricié la piel de su hombro, cerrando los ojos y dejándome llevar a un sueño marcado por el ritmo de su corazón.

Hola, todavía estoy aquí, todo lo que queda de ayer…
                                                                               
Soñaba que corría por la calle a toda velocidad riéndome casi hasta ahogarme, que unos dedos me guiaban y por delante de mi había un niño de pelo castaño y camiseta verde, reía y me instaba para que corriera más rápido. Yo era un niño también pero me sentía más libre que nunca mientras corría a su lado.

El sueño cambió y me vi a mí de nuevo, acurrucado en el suelo de mi habitación mientras mamá al otro lado de la puerta me pedía que saliera, que teníamos que hablar, que no podía comportarme así… Decía que iba a tener un hermano y yo gritaba que no, que no podía ser cierto.
Poco a poco mi mente se plagó de sueños que no pude calificar como recuerdos, eran totalmente ajenos a mí pero tan familiares que a veces dolían. Volví a verme acurrucado en la habitación, mirando fijamente como dormía un pequeñísimo Taemin en su cuna, pude sentir el odio que en aquel momento despertaba en mí aquel pequeño, y al darme la vuelta, el niño de la camiseta verde estaba ahí.
-¡Jinki!- sonreí y él sonrió también, extendió la mano y la cogí. Entonces miré sus ojos. Onew.
En el siguiente sueño, empecé a recordar… aquello que nunca quise.
-Jonghyun cielo, tenemos que hablar de ti y tu amiguito.
-No quiero que hables de Jinki.
-Tienes diez años, ya es hora de que hablemos seriamente de esto y sabes que es cierto.
-No vas a quitármelo.- empezaba a temblar yo.
-Pero no es real ¿Entiendes? Necesitas hacer amigos de verdad, tu hermano también te necesita.
-¡Cállate! ¡No vuelvas a decir que no es real! ¡NUNCA!
Nadie consiguió hacerme entrar en razón, yo me dormía cada noche con Jinki sentado en mi ventana, real o no, era todo lo que necesitaba. Hasta que buscaron una solución diferente y las pastillas le arrancaron de mí. La última vez que le vi lloraba, nunca le había visto llorar, nunca hubo porqué.
-Tienes que dejarme ir Jong…
-No quiero…
-Yo tampoco pero ya no eres un niño, no puedo estar contigo para siempre.- Me acarició la mejilla y lo sentí ¿Cómo podía no ser real? Temblé abrazándole tan fuerte que quizás pude fundirme con él.- Quizá algún día me recuerdes, quizás algún día me necesites y estaré esperándote.
-No te vayas… no te vayas…
Pero se fue y solo me quedó una hoja escrita bajo la almohada, escrita con esa canción que rompí y dejé volar en pedacitos por la ventana, entre lágrimas y su nombre susurrado tantas veces como fui capaz. Pero no volvió.
Y le olvidé.

Desperté buscándole, pero no estaba allí, le llamé pero no apareció. ¿Cómo podía entender nada? Me sentí tan perdido, tan solo. Aquella mañana llegó la carta que llevaba esperando toda mi vida, la que marcaría mi futuro… la carta en la que ponía que en unos meses, sería oficialmente, un alumno de Juliard.
También llegó la carta para Taemin, una carta que en una vida diferente habría sido la mejor noticia de su vida, a él también le habían aceptado. Nuestro sueño estaba al alcance de mis manos, pero no de las suyas y no fui capaz de sonreír.

Apenas era consciente de nada mientras me duchaba, me vestía y me bebía dos cafés seguidos. Al ser el cumpleaños de Taemin tenía el día libre en el trabajo y tenía que empezar a preparar ya esa última locura…
Llamé a Kibum y a Kai, el plan era arriesgado pero teníamos que intentarlo.
Por la tarde me acurruqué al lado de un adormilado Taemin, despertó poco después y se apretó contra mí.
-Feliz cumpleaños.- susurré y me miró, me dio un beso en la mejilla.
Dedicamos el día a estar con mamá y papá, hablamos de todo y de nada, no quería pensar en que parecía una de esas escenas finales de una película en la que todo es perfecto antes de derrumbarse.
-Tengo que deciros algo…
-¿Qué es Jong?
-Han… han llegado las cartas de Juliard.
Se quedaron en silencio un segundo, Taemin miró al suelo, mamá a mí fijamente y papá me puso la mano en el hombro.
-Nos han aceptado, a los dos.
Mamá rompió a llorar de nuevo, de felicidad por mí, de infinita tristeza por su hijo pequeño. Tae sonrió, se levantó torpemente y me abrazó, papá apretó los dedos en mi hombro y sonrió cansado.
-Sabía que lo conseguiríais.- dijo antes de salir por la puerta, todos sabíamos lo roto que estaba y que jamás nos dejaría verlo.
-Prométeme que irás- susurró Tae en mi oído antes de apartarse limpiándose el pequeño hilo de sangre que empezaba a deslizarse desde su nariz. Solo yo lo vi y no dije nada, ya no servía de nada.

No supe nada de Onew hasta que la noche calló y esperaba ansioso en la puerta del hospital a que Minho y Key aparecieran con el coche. La parte crucial del plan corría de parte de Kai, él era el que tenía que conseguir sacar a Taemin de la habitación, yo me había encargado de despistar al médico mientras se dirigían a la puerta de emergencia que rara vez estaba vigilada.
Vi a Onew apoyado frente a mí y mirándome con sus ojos castaños, esos que… no existían.
Hola, yo soy tu mente, dándote a alguien con quien hablar.
-¿Qué haces aquí?
-¿No quieres verme?
Negué con la cabeza aunque algo de decía que no podía mentirle, al fin y al cabo… solo estaba en mi cabeza.

Apreté los puños, definitivamente si me había vuelto loco, me había enamorado de una simple invención, una invención que estaba ahí para protegerme de la maldita realidad.
-Lo has recordado… ¿Verdad?
-¿Recordar qué? ¿Qué no existes? ¿Qué te he inventado?
-Estoy aquí por ti.
-Vete… no quiero volverme loco, vete.
-Te quiero Jonghyun.
-¡Eso es imposible! Ni siquiera eres real.
-Lo soy para ti, tú… tú me sientes, sientes cuando te toco, puedes verme, soy real para ti.- Cerré los ojos para no derrumbarme al ver la tristeza en su cara, ni ver como sus hombros parecían temblar.- No quiero que me olvides otra vez.- susurró ahora tan cerca que noté su aliento, me abrazó y yo me quedé inmóvil, sintiéndole, necesitándole tanto… los recuerdos me invadían, la sensación de libertad, los juegos de niños, las noches en vela.
-Necesito olvidarte…- susurré cuando escuché acercarse el coche y Kibum me llamó desde dentro. Onew desapareció y no me moví durante unos segundos.
Corrí hasta el coche y recogimos a Kai y a un anonadado y débil Taemin en la parte trasera del hospital. Nos miraba como si nos hubiéramos vuelto locos y sonreía, aunque estaba pálido como un fantasma, su sonrisa seguía siendo lo más bonito del mundo. ¿Cómo podía haberle odiado yo siendo un niño? Le abracé muy fuerte y él se acurrucó contra mí.

Recorrimos la carretera en silencio, todos estábamos pendientes de su respiración y reíamos cuando se enfurruñaba por no saber a donde íbamos. Se apoyaba en mí y agarraba la mano de Kai entre las suyas, podía ver como no dejaban de mirarse, de dedicarse sonrisas cómplices y dedicarse te quieros en silencio.
Seguramente, por suerte, o porque el destino sabía que se nos agotaba el tiempo, el grupo favorito de Tae tocaba al aire libre aquella noche a apenas una hora de viaje de donde nos encontrábamos. En cuanto vio las luces, escuchó los primeros acordes y vio los enormes carteles ahogó una exclamación y se revolvió histérico en el sitio.
-No puede ser… no puede ser…
-Lo es.- sonreí dejando un beso en su frente, me dio un abrazo tan grande que casi me estrangula. En realidad, estaban tan emocionados él como Kibum que al bajar del coche casi revoloteaba a nuestro alrededor. Minho, Kai y yo nos miramos, necesitábamos que aquella noche fuera especial.
Y lo fue.

La música me ensordecía, Taemin estaba embobado, nunca había sonreído así, cogía mi mano y la de Kai, las levantaba en alto y cantaba a pleno pulmón con lágrimas en los ojos. Hacía una noche despejada, agradable aunque hiciera frío, estábamos los cinco juntos, saltábamos, gritábamos y  éramos libres… casi parecía ser un sueño.
Kai y Tae se besaban y se abrazaban, nunca se soltaban y se miraban con tanto amor como pocas veces en mi vida había visto. Me arrepentí de haberle odiado, solo pude agradecerle en silencio hacer que sus últimos días brillasen tanto, no le dejó solo ni un momento. Ni siquiera yo pude hacerle tan feliz como lo hizo Kai.
-Feliz cumpleaños.- le susurré por enésima vez en el día a mi pequeño antes de que el concierto terminara, se giró y en mis ojos casi parecía hacerlo lentamente, fue la última vez que le vi tan feliz.
Por suerte, nadie reparó en nuestra ausencia aunque llegamos una hora escasa antes amanecer y colamos a Taemin en su habitación. Kai se quedó acurrucado a su lado, Kibum y Minho se fueron a casa y yo me quedé bebiendo café como si me fuera la vida en ello en la cafetería del piso inferior que habría las 24 horas del día.

Poco después de haber amanecido subí a ver como estaba Tae aunque apostaba a que dormía, le encontré acurrucado en el pecho de Kai que no dejaba de acariciarle la mejilla. Iba a darme la vuelta para dejarlos solos cuando me pidió que me acercara, que me acostase al otro costado de Taemin y lo abrazase también. Tenía miedo en los ojos, apenas le salía la voz.
-¿Cómo está?- susurré.
-No lo sé…
Puse los dedos en la pálida mejilla de mi hermano para que me mirara pero aunque estaba medio despierto, sus ojos no se consiguieron fijar en mí. Se iba, lo supe.
-Tae… mírame. ¿Quieres helado?
Intentó sonreír, buscó mi mano con la suya y cerró los ojos, Kai apretó los labios, se empezaron a derramar lágrimas silenciosas por sus mejillas, daba igual cuanto tiempo llevásemos preparándonos para aquello, nunca estaríamos listos para decirle adiós.
-Te quiero…- susurró Kai abrazándolo como si fuera de cristal- Siento no haberme dado cuenta antes, siento haberte hecho daño… Siempre te he querido, siempre…- no fue capaz de terminar aquel “siempre te querré”, sonaba demasiado a despedida.

Le dio un beso lento, juntó sus labios con delicadeza y noté como le costaba no sollozar, también le acarició las manos, el pelo, las mejillas, no dejó de mirarle ni un segundo. Me sentí un intruso y miré hacia otro lado con el corazón haciéndoseme muy pequeño en el pecho.
Se marchó entre lágrimas y con los ojos totalmente vacíos, que injusto era… sólo era un niño, solo tenía dieciocho años y ya parecía estar roto. No pude consolarle, solo pude abrazarme a Taemin y suplicarle que se quedase conmigo, que no podía perderle, que me moriría con él si me lo pedía y un montón de locuras más que la desesperación llevaba a mi boca.
Deslicé mis dedos entre los suyos, se dio la vuelta y apoyamos la frente del uno en la del otro.
-No me digas que me quieres.- susurró.
-¿Porqué?
-Porque me estarás diciendo adiós…

No intentes arreglarme, no estoy roto.

Le besé en la frente, su pelo suave se quedó entre mis dedos, mamá y papá llegaron cuando aquella máquina que marcaba el ritmo de su corazón quedó suspendida en un pitido eterno.
 Y no estaba allí cuando grité, le apreté contra mí y dejé mi corazón muerto junto al suyo.
Salí corriendo de allí, no vi nada ni a nadie, corrí hasta casa y abrí la puerta con rabia, no me salían ni los gritos, no tenía voz, ni lágrimas, no tenía nada. Subí corriendo hasta su habitación y allí estaba Onew, esperándome bajo la luz del sol de la ventana.

Hola, soy la mentira que vive en ti, para que así tú puedas esconderte.

-Se ha ido.- murmuré.- Protégeme.- le pedí, ya no me importaba nada, ni siquiera entregarme a mi locura.
Caí de rodillas al suelo, pegué puñetazos, me tapé la cara con las manos y me quede allí, mirando su habitación, su mundo… sus libros, su ropa, sus fotos. Era imposible que ya no estuviera en el mundo.
Onew me abrazó por la espalda, lloraba con la intensidad que a mí me quemaba por dentro pero no podía demostrar, me revolví para huir de su abrazo pero no me soltó por mucho que le golpeé. Le golpeé en la cara, cayó al suelo, volvió y le golpeé de nuevo, gritando, por fin tenía voz.
-¿No estás aquí para eso? ¿Para protegerme de mí mismo? ¡PUES VAMOS, SÁLVAME!
Gritaba cosas sin sentido pero no pensaba en nada, los sentimientos hablaban por mí. Me agarró con violencia y me lanzó sobre la cama, se subió a mi cintura con ambas piernas a cada lado de mi cuerpo. Terminé inmovilizado bajo sus manos.
-Estoy aquí porque tú quieres que esté… porque me quieres.
-No puedo quererte, no existes.
-Si no existo… ¿Por qué también me duele verte así?
No supe que contestar, sabía que era solo otra trampa de mi mente pero aun así le atraje a mí y le estampé contra mi boca. Necesitaba calmar el dolor como un adicto necesita su dosis de heroína. Eso era él, una droga, la droga que yo mismo había inventado para enfrentar la realidad, tan brillante, dulce y estúpidamente perfecto, había convertido mi realidad en una alucinación en la que solo respiraba su aliento.
-Haz que deje de doler… por favor…
-No puedo, tienes que enfrentarlo, tienes que aceptarlo y ser más fuerte.
-¡Está muerto!
-Pero tú estás vivo, tienes que vivir por él, se lo prometiste.
-Ya no importa… ya no importa nada…
Empecé a llorar como un niño, sollozando, tragando lágrimas y saliva, apretándole contra mí como a un bote salvavidas, lloré como nunca antes había llorado, hasta que no pude más, hasta que se me rompió la voz en un jadeo agotado. Para cuando quise darme cuenta, la luz en la calle casi se había extinguido.
-¿Volveré a olvidarte?- susurré rompiendo el silencio.
-Deberías hacerlo, ya no me necesitarás.
-Siempre te necesitaré.- volvió a besarme en los labios, limpiándome las lágrimas con sus dedos.
Después sacó algo, una hoja arrugada de su bolsillo. Era la canción del piano que había cantado, la que yo escribía sin darme cuenta, la que habíamos escrito juntos, un día antes de perdernos cuando éramos solo unos niños.
-¿Cómo se llama?
-The Name I Loved.
-Cántala otra vez.
Me acurruqué junto a él acariciando su cuello y mientras empezaba a cantar con su voz, esa que no volvería a escuchar nunca.

[i]Ambas manos tiemblan,
cuando recuerdo las frías memorias del amor.
Ahora esto se vuelve extraño,
no quiero rechazarte,
pero yo solo sé que
no importa cuán cerca estemos,
sé que ya no puedo amarte más.

No puedo extrañarte,
 porque me cansé.
No puedo soportarlo más y no puedo
darme cuenta de esto.

El nombre que amé una vez en esta vida
se ha estado alejando aún más y más de mi
estoy escribiendo tu nombre en un papel
y lo llevare por siempre en mi corazón.

Desde aquel día, me di cuenta que
solo te amaré a ti por siempre.
Amor en el que no pueden estar juntos,
también puede ser conocido como amor.

No puedo soportar
los recuerdos del amor y
sentimientos de soledad.
No puedo empezar esto,
solo puedo extrañarte secretamente en mi corazón.
Mi corazón olvidó la fragancia de tu cuerpo
que extrañé y siempre amé.

Sigo recordando la primera vez
que te vi caminando hacia mí
Y robaste un borde de mi corazón sin avisar.

El nombre que amé una vez en esta vida
se ha estado alejando aún más y más de mi
desde aquel día, me di cuenta que
solo te amaré a ti por siempre...[/i]

Terminó con un último beso y un adiós susurrado en una sonrisa que guardé, como un tesoro, en lo más profundo de mí.

De repente, sé que no estoy durmiendo.

Me despertó Key, sentado en el borde de mi cama, estaba algo pálido, sus ojos enrojecidos y sus labios también, conociéndole, de tanto morderlos. Nos miramos en silencio, me incorporé y él se apoyó en mis piernas como un niño pequeño, las palabras habían perdido sentido alguno, era como despertar en una pesadilla, habría empezado a llorar de nuevo de no ser por tener a Kibum conmigo.
-Minho está abajo…- susurró.
-Estoy aquí.- apareció por la puerta, se acercó a nosotros y por primera vez me abrazó solo a mí, yo a él, y así nos quedamos los tres, en silencio, compartiendo un dolor que jamás podríamos olvidar.

El día del funeral volví a ver a Kai, llevaba unas gafas de sol y aun así se le veía destrozado, mi madre le abrazó y lloró en su hombro, papá no hablaba con nadie pero no se apartaba ni un momento de mi lado, como si se preocupase porque fuera a romperme de un momento a otro. Y era exactamente como me sentía.
Aquel día no me despedí solo de mi hermano, encontré a Onew entre la gente mirándome y llorando, empapado por la lluvia que también se deslizaba por mis mejillas. Nos miramos, dijo mi nombre y no pude escucharlo, le susurré que le quería y la lluvia ahogó mi voz, en sus labios leí que también me quería. Una última sonrisa hizo latir rápido mi corazón.
Cerré los ojos mirándole por última vez y al abrirlos… ya no estaba allí.


BECAUSE OF YOU


Título: Because Of You
Autor: Neon Light  (@OrionTilenni)
Género: Romance, drama y Yaoi (Chico x chico)
Este one shot es sobre el grupo de Kpop "SHINee" es un 'OnTae' para mayores de 16 años.



Relato

No sé por qué estoy aquí sentado. No sé por qué me cuesta tanto respirar ni porqué siento que de un momento a otro empezaré a llorar como un niño. Acabo de verte sonreír y aún puedo escucharte al otro lado de la puerta.

Creo que a veces eres feliz.

Y se suponía que eso era todo lo que necesitaba, tu risa, con ella podía sobrevivir e incluso saborear la fugacidad de la felicidad en esos momentos en los que tu sonrisa era por mí.

Me quedo en silencio y miro a mi alrededor, pero no hay nada, sólo ausencia, esa frialdad que deja tu presencia al desvanecerse. No sé por qué, pero tengo la sensación de que me robas la luz cuando te vas.

Hace tres días que apenas puedo dormir, supongo que no soy más que un idiota, y me quedo mirando al techo desde que te vas hasta que vuelves, sólo para escuchar tus pasos por delante de mi habitación y el sonido de la puerta al cerrarse tras de ti. Entonces cierro los ojos y sé que me despertaré escuchándote cantar, y me siento tranquilo. Eres mi calma y al mismo tiempo, no haces más que destrozarme.

¿Cuándo empecé a quererte así?

Ni siquiera yo lo sé, creo que sólo era un niño. Es como si me hubieras infectado desde dentro y hubieras cortado aquellos lazos que me unían al mundo. Ahora están atados a tus manos y cuando te alejas, tiras de mí. Da igual a donde, allí estoy yo, siguiéndote.

Otra noche más te vas, me dices adiós desde el salón sin esperar a que responda, piensas que duermo y yo no hago nada para demostrar lo contrario, te dejo ir. Porque soy un cobarde.

Fuera está lloviendo, puedo oír como la lluvia golpea los cristales. Y una parte de mí, cada vez más grande, tiene ganas de abrir de par en par las ventanas y dejar que la lluvia entre, que me moje y me haga sentir algo más que esto, este vacío, este intento de calma tambaleante.

Me siento en la cama, rebusco los cascos perdidos entre las sábanas y dejo que la música me inunde, ella es como una compañera constante, incondicional y quizás lo único que realmente me hace sentir vivo. Le confieso mis secretos, mis sueños más locos sin siquiera despegar los labios, y miro la ciudad al otro lado del cristal. Está empapada, plagada de pequeñas luces doradas que brillan aunque la noche intente engullirlas. ¿Estarás tú en alguna de esas luces, Jinki?

Esta lluvia que golpea mi habitación… ¿Golpea tu piel?

Con esas preguntas cierro los ojos y apago la luz, dejo la ropa en el suelo de cualquier manera y me enredo en las sábanas. Supongo que no soy de hierro, aún con la música gritándome en los oídos, el sueño me arrastra sin remedio, esta vez sin dar mil vueltas ni contar las estrellas artificiales que brillan en el techo. Me dejo ir y en mis sueños no hay nada, ni siquiera estás en ellos y, aunque te busque, sé que no te encontraré.

No sé qué es lo que me despierta, creo que una luz golpeándome los párpados cerrados, pero en cuanto los abro estás ahí, apoyado en el marco de la puerta, dejando entrar la luz del pasillo contra la oscuridad de mi habitación y estás totalmente empapado. Hablas pero los cascos siguen en mis oídos y no puedo escucharte.

- Sé que no duermes –es lo que consigo entenderte cuando me incorporo para mirarte.

– ¿Sé puede saber qué haces? –te pregunto, me miras y entonces me doy cuenta de que estás sangrando, apoyándote en el marco de la puerta para no caer de bruces al suelo. Siento mi alma en una caída libre en un pozo sin fondo, me da un vuelco el estómago y hay un nudo aprisionándome el abdomen como si estuviese a punto de vomitar.

Son los recuerdos, me atacan cuando te veo así. Y sé que tú lo sabes, por eso vuelve a haber tanta tristeza en tus ojos.

Entras intentando no caerte y cierras la puerta tras de ti, la oscuridad nos engulle a los dos y escucho sólo tu respiración mezclada con la lluvia que todavía ataca las ventanas. Me desenredo las sábanas de las piernas y me acerco despacio hasta ti, sé dónde estás aunque no pueda verte.

Estiro las manos hasta tu pelo, tan suave aunque esté mojado y enredado, después bajo muy despacio, espero que no te des cuenta de que intento memorizarte poco a poco y llego a tus mejillas frías, a tu boca, al hilo de sangre que desciende por tu mandíbula limpiándolo con los dedos.

– ¿Qué has hecho? –susurro. No sé por qué, pero no quiero romper esta calma, aunque estés a punto de hacerlo tú sin darte cuenta.

–He vuelto a perder el control… –contestas en una voz tan baja como la mía, pero tan rota, tan afligida–. Y lo sigo haciendo.

Esta última frase la terminas cerniéndote sobre mí, tirándome al suelo con tu cuerpo sobre el mío y tu respiración golpeándome directamente en los labios. No puedo articular palabra, noto como tus manos me inmovilizan y las gotas que se escapan de tu pelo se deslizan hasta mi frente y mis mejillas.

Me prometiste no volver a hacerlo nunca, ni una pelea más, ni un solo golpe… Y no sé qué sentir teniéndote tan cerca y a la vez, estando tan decepcionado. Quiero apartarte de mí, porque sé que me haces demasiado daño sólo con mirarme, pero nunca me has tocado así, nunca has estado tan cerca de mi boca. No sé cómo reaccionar teniendo tu aliento en mi lengua.

Me aprietas más fuerte contra el suelo, tu cuerpo está empapado contra mi piel pero una de tus piernas se desliza entre las mías. ¿Por qué?

Tus manos se deslizan por mis brazos, pero no me acaricias, me arañas. Siento tus dedos clavándose en mi cintura, en mi espalda y aprieto los labios para no suspirar cuando noto tu boca en mi cuello.

No puedo evitar pensar en cuantas pieles se han estremecido bajo tus manos, igual que yo lo hago ahora ni puedo evitar imaginar cuantos besos has dado mientras yo te esperaba. En el fondo no me importa, no quiero que me importe, porque si lo hace dolerá más que la insistencia de tus dientes mordiendo mi piel.

Es tan difícil respirar cuando aprietas así mi cuerpo contra el tuyo, me siento pequeño entre tus dedos y poco a poco empiezo a ascender las manos por tu espalda, aparto tu camiseta mojada y siento tu piel fría y húmeda. Tiemblas, no sé por qué pero lo haces y apartas tu boca de mí, me miras aunque no puedes verme en esta oscuridad y entonces, me besas.

Mi cuerpo grita. Todo se para y por un momento soy incapaz de moverme, tus labios atrapan los míos y no sé si esto es pasión, violencia o desesperación, pero las siento todas mezclándose con tu lengua y la mía.

Insistes sobre mi boca, y te muerdo el labio, gruñes, clavas más tus dedos en mi piel y te aprietas más contra mí. Ahora es cuando noto el deje de la sangre todavía en ti, y el recuerdo del alcohol en tu boca y tu piel, pero nada de eso me hace retroceder, no puedo dejar de besarte. Deslizas los dedos bajo lo único que cubre mi cuerpo y ahogo un grito. Me arqueo contra ti y empiezas a acariciarme de una forma agresiva y sin piedad. Pongo las manos en tu pecho, niego con la cabeza apretando los labios para acallar los suspiros que claman por salir de ellos.

–No… –jadeo mientras sigues deslizando tu mano entre mis piernas.

–Taemin… –susurras mi nombre sin más, ignorándome y me quedo desnudo bajo tu cuerpo. Poco a poco descubro tu piel bajo la ropa, tiro de ella desesperado aunque mis dedos tiemblan por el miedo y los nervios, quiero pararte y a la vez no puedo evitar desear con todas mis fuerzas que me destroces.

Acerco mis manos a tu cuello, tu respiración descontrolada me hace temblar. Enredo los dedos en tu pelo y cuando tiro ahogas un jadeo y vuelves a mi boca, dejándome cada vez más sediento de ti cuando te alejas para respirar. Y respiras deslizándote sobre mí, mi cuello, mis hombros, mi pecho hasta que siento el suave roce de tus labios y tu lengua en mi cintura. Tus uñas marcan mis muslos, me muerdo los labios y pierdes tu boca en ellos, lamiéndome como si mi piel tuviera un sabor dulce. Estoy jadeando y pierdo también el control, me consumo en tu boca como una colilla encendida que desgastas sin cuidado y, cuando es tu cuerpo el que se desliza entre mis piernas, clavo las uñas en tu espalda.

No sé por qué haces esto, ni donde está la magia que siempre creí que sentiría al imaginarnos así, todo lo que siento es desesperación y un dolor estremecedor recorriéndome todo el cuerpo. Invadiéndome, sujetando mis muslos alrededor de tu cintura te detienes, me besas, te abrazo. Me siento morir de dolor y se me llenan los ojos de lágrimas.

Lloro porque te quiero, lloro porque me duele y te deseo. Lloro porque sé que intentas huir del dolor, y tu salida soy yo.

Recoges mis lágrimas con tus dedos, pero no dices nada. A veces susurras mi nombre como si fuera un hechizo o una maldición y nos convertimos en una danza agresiva, perfecta y caótica al mismo tiempo.

Gritas cuando deslizo las uñas por tu espalda, marcándola y tus dedos se pierden por todo mi cuerpo. Si fuera de cristal, me habrías roto en mil pedazos.

¿En qué momento se mezclaron el dolor y el placer? Ya no puedo diferenciarlos, se han mezclado dentro de mí y soy su esclavo, igual que mi cuerpo lo es del tuyo. Estoy sin voz, sólo puedo deshacerme en tus besos. Me siento pequeño a tu lado, como si la fuerza con la que te ciernes sobre mí fuera demasiada para soportarla y aun así lo hago, sudando y temblando, me aferro a ti aunque me estés quemando.

Jadeo, grito, ya no tengo control y sé que tú tampoco aunque ahogas cualquier sonido pegando tu boca a mi piel, el silencio ya no es más silencio, ahora nuestra canción de gruñidos y suspiros danza por toda la habitación.

Yo no quería esto, yo te quería a ti.

Ahora soy un juguete.

Intento no sentirme patético cuando termino agotado, abrazándote sin fuerzas mientras los rescoldos del placer siguen haciendo mella en los dos, y nos unen en unas últimas caricias fugaces antes de que te levantes sin decir nada, recojas tu ropa y me dejes solo sin un mísero beso. Ni una palabra.

Me acurruco en el suelo, busco un recuerdo de tu calor en él pero ya está frío, y el frío empieza a apoderarse de mí, intenta borrarte de mi piel y, aunque me siento sucio y roto, no quiero que lo haga. Me muevo de nuevo hasta la cama, sigo acurrucado en ella y me llevo las manos al pecho. Parece que está haciéndose pequeño por momentos.

Ahogo un grito. Me siento perdido y te necesito, ahora que estoy solo otra vez, no entiendo nada y tengo miedo.

No sé cuánto tardo en quedarme dormido, pero no consigo mover ni un músculo más, no puedo escuchar como la lluvia repiquetea en los cristales, se ha ido igual que tú y no hay más música que mi respiración en el silencio que antes tú rompías.

Cuando despierto la luz grisácea que dejan ver las nubes impacta directamente contra mis párpados y al abrirlos me quedo ciego unos segundos. Me arden por las lágrimas que están secas en mis mejillas y las noto tirantes, frías.

Una ducha caliente, o quizás ardiendo sea la palabra, consigue liberarme del entumecimiento que atenaza mis músculos, pero tras él noto el picor de los arañazos, el dolor punzante desde la parte baja de mi espalda hasta donde ya no puedo diferenciarlo. Me quedo hasta que apenas puedo respirar por el calor y salgo envuelto en una toalla con el cuerpo empapado. En cuanto pongo un pie fuera del baño el frío me asciende por las piernas y me sopla en el cuello, pero dejo que lo haga mientras camino despacio y te encuentro allí, en la cocina con una taza de café en las manos, una canción susurrada entre los labios y tu maldita belleza burlándose de mí.

–Buenos días. –Me dices como si nada y sigues leyendo sentado cerca de la ventana.

Al mirarte siento que nada ha sucedido, que sólo ha sido otro de mis delirios, de esos que me atacan por estar tanto tiempo solo. Pero yo sé que fue real, mi cuerpo lo sabe, mi boca recuerda tus labios y mi piel cada uno de tus roces. Ardo al recordarlo y me alejo de ti sin decir nada. No puedo mirarte.

Y así se pasa el día, mientras miro al otro lado de la ventana como un pequeño pájaro se detiene ante ella y parece observarme. Acaricio el cristal con los dedos y él no se mueve, tan sólo me acompaña, su silencio es mi silencio y cuando echa a volar me imagino cómo sería hacerlo yo también… Algo tan simple como estirar las alas y alejarme de todo, acariciar las nubes y poder respirar.

No vuelves hasta que la noche ha caído y vuelvo a estar acurrucado entre las sábanas. Abres la puerta, otra vez pareces estar a punto de desmoronarte y tus ojos están rojos, tu piel y aliento huelen al alcohol que tanto odio.

Caes sobre mí, susurras mi nombre, me besas, intento huir, me acorralas.

Grito, tu piel y la mía se encuentran, me quemo en tus manos y te odio tanto como te quiero, por eso no puedo resistirme. No sé si estás jadeando o sollozando, creo que ambos y cada vez estás más roto, cada vez soy más tuyo.

Eres como la lluvia, apareces y lo inundas todo, lo haces tuyo y después desapareces como si jamás hubieras estado.

Me quedo en silencio cuando vuelves a dejarme sólo, esta vez tengo el recuerdo de tus dientes en el cuello y lo rozo con los dedos antes de cerrar los ojos.

¿Quién eres?

De día eres tú, el Jinki que conozco como la palma de mi mano y siempre está dispuesto a soportar el peso del mundo en sus hombros, pero por las noches algo cambia en ti y entonces no sé quién eres, pero siempre vienes a mí, hasta caer agotado sobre mi cuerpo y desgastar mis labios.

A veces siento que me deseas, a veces que me odias.

Sólo veo como cada día esas ojeras son más grandes, intentas disimularlas pero hagas lo que hagas siempre son visibles para mí. Entonces me doy cuenta de que cuando te creía feliz sólo fingías, tus sonrisas no eran más que una máscara que ahora se cae a pedazos.
Nunca curaste tus heridas y yo estaba demasiado ciego para verlo, demasiado atrapado en mis propias cicatrices.

Una tarde de cielo encapotado y nieve dejándose caer desde las nubes, te encuentro arrodillado en la alfombra del salón, con una caja abierta frente a ti y algo que aprietas entre las manos. Te tiemblan los hombros y pareces a punto de romperte, pero no lloras, tus mejillas están secas. Me acerco a ti, como no hago desde hace mucho tiempo y te rodeo los hombros con los brazos. Intentas huir, te remueves, me empujas, pero no me muevo, estás tan débil que no puedes apartarme o quizás en el fondo no quieres y me necesitas tanto como yo a ti.

Cuando veo lo que tienes en las manos se me para el corazón.

Somos nosotros: Jonghyun, tú y yo. La última vez que estuvimos juntos antes de que todo se desmoronase. El día en que murió, algo en nosotros lo hizo también.

–Deja de culparte… –susurro.

–No puedo… –Tu voz tiembla.

Sé que te culpas, siempre lo supe, aunque no sea verdad, tú sigues haciéndolo. Intento recordar aquella noche y las imágenes se mezclan en mi cabeza, me cuesta ordenarlas para que tengan sentido y siempre que lo hago duelen demasiado. Jonghyun era mi mejor amigo, casi una mitad perfecta de mí y siempre habíamos estado juntos, como si no existiéramos el uno sin el otro. Y tú estabas allí, cuidando de él, cuidando de mí.

Hasta que crecimos y empezamos a tropezar por el camino. Siempre nos metíamos en peleas que parecían de niños, pero no lo eran. Quizás era ese gusto por el peligro que tenía Jonghyun, pero las cosas se torcían cada vez más y tanto él como tú os dejabais llevar. Era tan idiota que pensaba que nadie podía venceros, ni siquiera cuando terminabais en el bordillo de la acera por tanto alcohol que corría por vuestras venas. Al día siguiente estabais bien y con los años me acostumbré a vuestra forma de verlo todo, tan equivocada.

Dejé de acompañaros, con el tiempo, y tú parecías estar cansado. Se suponía que el día que todo se rompió iba a ser el final, la última vez que os dejabais llevar por la noche.

Yo estaba allí porque Jonghyun me lo había pedido, una tarde haciendo el idiota en el centro comercial y el cine, una foto poniendo caras extrañas en el fotomatón de la entrada y risas hasta que nos dolía el estómago. Después, la noche calló con toda su furia y en un bar cualquiera, comenzó una pelea que no comprendí.

No sabía por qué, siempre era por una estupidez. Sólo por la adrenalina, sólo por el peligro.
Y escuché tantos gritos que me asusté, te vi a ti, gritando mientras te agarraban. Vi a Jonghyun, tirado en el suelo, justo con la cabeza sobre un bordillo, cristales rotos a su alrededor y sangre. Muchísima sangre.

No sé si aquello que escuché después fueron tus gritos, los míos o los de la gente. Pero aquella sangre empapando el asfalto nos arrastró con ella, nos hirió de muerte siendo incapaces de morir, incapaces de seguirle.

Lo único que sentí fueron las piedrecitas de la carretera clavándoseme en las rodillas, de no ser por eso ni siquiera habría sabido que estaba en el suelo. Nadie intentó sujetarme y tú te soltaste de los brazos que te agarraban, caíste a su lado y buscaste algo de vida en él, hasta empapar tus manos de sangre.

Me miraste, nunca había visto tus ojos tan destrozados, pero no llorabas. Dijiste mi nombre sin voz, como si la hubieras perdido. Habíamos perdido demasiado…

Nunca cumplimos nuestras promesas. No estuvimos siempre juntos.

Salgo de los recuerdos dándome cuenta de que me he aferrado a ti con demasiada fuerza y que tú te aferras a mí también. Nos quedamos así sin decir nada, ni siquiera sé si realmente estamos respirando, pero cuando consigo moverme me siento a tu lado, me acerco a la caja que tienes frente a ti y empiezo a rebuscar algo en ella sin saber el qué.

Sólo hay recuerdos, fotos, unas entradas de concierto, la púa roja de su guitarra, un pequeño perrito de peluche, sucio y despeinado; algunos CD’s y aquella camiseta que tú y yo le habíamos regalado después de meses buscándola… estaba roída y descolorida de tanto que la había usado, pero estaba ahí.

Sigo rebuscando para mantener los dedos ocupados y que dejen de temblar, parece que vas a detenerme pero dejas tu mano a mitad de camino entre tú y yo, y la dejas caer de nuevo sobre tus rodillas.

Encuentro algo que no creí volver a ver jamás. Con la respiración hecha eco en mis oídos me acerco al proyector y lo enciendo, sé que nunca me dejas tocarlo, que es tu pequeño tesoro, pero esta vez no dices nada y me peleo cómo puedo para hacerlo funcionar con el dvd que he encontrado en la caja.

No es un DVD cualquiera, aunque se ve extrañamente torcido y el audio es bastante deplorable, en cuando se ilumina la pantalla que deslizo frente a la pared, los dos nos quedamos como parados en el tiempo.

Nos vemos a nosotros mismos, cuando Jonghyun estaba entre los dos, con su guitarra y su voz. Tú también cantabas y el volver a escuchar la melodía de vuestras voces juntas hizo que se me erizase la piel y un escalofrío ascendiera por toda mi columna.

Yo estaba frente al micrófono pero no cantaba, me esforzaba por no enredar los dedos entre las cuerdas de la guitarra. Nunca se me había dado demasiado bien, pero me encantaba hacerlo y así se suponía que íbamos a pasar la vida.

Nuestra música, era el mundo. Pertenecíamos a ella, así de simple.

En aquella grabación los ojos de Jonghyun brillaban de felicidad, tú parecías nervioso, siempre odiabas tener una cámara delante y yo sólo te miraba a ti, por que verte cantar me hechizaba.

–No dejabas de mirarme –dices de repente con los fijos en nuestra imagen.

–Nunca he dejado de mirarte –susurro.

Entonces te giras, estamos tan cerca que nuestros hombros se tocan y tu aliento choca con mis mejillas, respiro tu aire.

– ¿Por qué?

–Porque eres tú… –las palabras te confunden, pero ahogo tu confusión en mis labios. Por primera vez me acerco a tu boca y soy yo quien te deja sin respiración. No te mueves, aunque quiero comerte, no reaccionas ante mí y me sujetas los hombros para alejarme.

No me importa tu resistencia, tiro de ti y me abalanzo sobre tu cuerpo, necesito encontrar una manera de acallar todo el dolor que no puedo controlar y tú también, lo veo en tus ojos.

Jadeas y vuelvo a tus labios, con los ojos cerrados y los dedos encerrados en tu pelo.

Supongo que tu determinación es tan débil como mi cordura y empiezas a responder a mis besos, de una forma diferente a como lo haces cuando me besas por las noches. Ahora no hay violencia, ni tus sentidos están nublados por el alcohol. Sólo eres tú y me sientes como yo te siento. Es extraño porque esta vez tus dedos no me duelen, ni sangro bajo tus dientes, sólo siento cosquillas en el estómago y una calidez eléctrica por la piel, aunque la ansiedad me ahoga, es más fuerte la conexión que creas al mirarme.

Estás a punto de llorar. Alzo las manos a tus mejillas y las acaricio despacio. Sonríes, aunque pareces triste, sonríes para mí.

–No puedo hacerte esto otra vez… –susurras en mi oído.

– ¿Por qué? ¿No te das cuenta de cuánto te quiero?... Eres lo único que me aparta del dolor, del miedo… Necesito que apagues todo esto, necesito que seas tú, sólo esta vez…

-Tú… tú no me quieres, no es cierto…

Otro beso, no quiero seguir escuchando como niegas mis palabras, sólo quiero tu descontrol, porque terminaré volviéndome loco. Te atrapo entre mis piernas, tus manos se aferran a mi cintura y me besas con rabia, una rabia que esta vez yo también siento y nos convierte en dos criaturas salvajes y descontroladas enredándose en el suelo. Te levantas manteniéndome subido a tu cintura, entre tirones de ropa llegamos a tu habitación, a oscuras y tropezando con todo lo que encuentras tu paso, me dejas caer sobre la cama y te vences sobre mí. Poco a poco tiro de tu camiseta y la dejas ir. Acaricio la línea de tus hombros con la punta de los dedos y suspiras. Tus ojos están cerrados y con la pálida luz que entra por la ventana puedo ver tus mejillas encendidas, aunque quizás sólo me lo imagine. Eres lo más bonito que he visto nunca.

Lo extraño de verte llorar por primera vez, es que lo haces mientras estamos juntos, mientras te mueves contra mi cuerpo y estremeces cada célula de mí. Por primera vez no siento dolor, me tratas como si fuera a romperme y, cuando siento tus lágrimas caer sobre mi piel las recojo con los dedos. Supongo que es mi manera de sostener tu dolor, y quizás lo esté consiguiendo.

No sé cuánto tiempo llevamos aquí encerrados y he perdido la cuenta de los besos que has dejado caer por mi cuerpo, sigo sintiéndote más allá de mi piel y todo el mundo se ha quedado en silencio.

Te acurrucas a mi lado, mudo, sudando como yo, que soy incapaz de mantenerme sobre mis rodillas y me dejo caer.

–Ojalá hubiese sido esta la primera vez.

–Y lo ha sido, aquello… Aquello no eras tú.

–Sí lo era, siempre lo he sido. ¿Cómo has podido soportar todo… lo que te he hecho?

–Ya te lo he dicho, te quie… –pones un dedo sobre mis labios y niegas con la cabeza.

–No lo digas, no quiero escucharlo otra vez porque no puede ser, tú no puedes quererme y yo… no puedo quererte.

– ¿Por qué?

–No puedes ser mío.

Y te levantas, te alejas de mí y te vas. Desapareces, aunque te llame no te detienes.

Golpeo la puerta con el puño, me deslizo de rodillas hasta el suelo y sigo llamándote. ¿Por qué no puedes quererme, pero si romperme? Y si yo te quiero ¿Qué importa? ¿Qué te aleja de mí?

Esta vez no quiero quedarme quieto, no quiero estar encerrado en estas paredes, necesito respirar y recordar que el mundo aún existe, aunque no quiera formar parte de él.

Y salgo hacia la noche, fría y adornada con finos copos de nieve. No recordaba lo mucho que me gustaba el invierno, ahora me quedo prendido de las luces que cuelgan de los árboles, el brillo dorado de las farolas bordeando las calles y el olor dulce que se escapa de las cafeterías que recorro con los ojos. Adoro ese olor, me reconforta y me tranquiliza.

Sigo caminando, alejándome de los recuerdos y de ti, estés donde estés. Tardo media hora en llegar al centro de la ciudad pero no me arrepiento cuando en el parque central escucho los acordes de una guitarra y un violín. Me acerco casi corriendo, temiendo que la música termine antes de que pueda llegar allí y veo a dos hombres sentados frente a la fuente, los dos prácticamente ancianos pero con una vitalidad que yo mismo envidio y su música parece tejida en el aire con una maestría que jamás había escuchado.

En el momento que mis ojos se cruzan con el que toca la guitarra pienso en Jonghyun, aunque en realidad siempre pienso en él, ahora imagino que está a mi lado, sonriendo como un idiota.

El teléfono grita en mi bolsillo, me alejo un poco y contesto sin mirar siquiera la pantalla.

–Lo siento.

Eres tú.

– ¿Dónde estás?

–Lo siento, lo siento todo… Siento no haber podido salvar a Jonghyun, siento que tuvieras que perderle porque no supe ser su hermano mayor, siento… siento haberme enamorado de ti y haberte hecho tantísimo daño. Me odio, me odio tanto que perdí el control, pero no volveré a hacerlo. Hoy me has hecho sentir vivo, me has hecho sentir de verdad y jamás podré agradecerte cada uno de tus besos… Te quiero Taemin, te quiero desde hace tanto tiempo que ya no puedo arrancarte de mí. Pero no volveré a hacerte daño, ni a ti ni a nadie.

Suenas ahogado, roto. Y cuelgas.

–Jinki… ¡JINKI! –me quedo mirando  la pantalla. Tu nombre se apaga en ella y veo algo que está a punto de hacerme caer.


23 de Febrero.

No… no he podido pasarlo por alto. Este día no.

Porque hoy Jonghyun cumpliría 24 años.

Empiezo a correr, tus palabras sonaban a despedida y me zumban los oídos por el pánico y la culpabilidad. La gente me mira y no me importa, choco con sus hombros y me asesinan con los ojos cuando tropiezo con ellos, pero nada puede pararme.

Dime que no estás allí a donde voy a buscarte, está demasiado lejos, no soy tan rápido… Y ni siquiera sé por qué siento que tengo que alcanzarte.

Las calles se desdibujan a mi alrededor y pierdo la noción de lo que me rodea, sólo corro y corro, ni siquiera reparo en que mis piernas arden y parecen convertirse en gelatina. Respirar convierte el aire helado en fuego al bajar por mi garganta pero no me importa, me imagino que en algún sitio estás llamándome y sólo por eso correría hasta destrozarme los huesos.

Cuando llego al único lugar que pensé no volver a pisar jamás, me detengo. Es como estar en dos lugares al mismo tiempo, o en dos momentos. La misma acera donde vi a Jonghyun por última vez, donde él se apagó como una estrella que se choca contra el suelo… ahora está vacía. Ni siquiera quedan recuerdos.

– ¡JINKI! –Grito–. ¿Dónde estás…?

– ¿Tae? –Me giro y te busco, no te veo pero sigo tu voz, que es apenas un susurro, y ahí estas, tirado en el suelo al lado de un destartalado coche aparcado. El bar donde todo ocurrió está justo delante de mí y me niego a mirar.

Me acerco a ti, estás acurrucado en el suelo y tus mejillas están heridas, tu boca sangra, tus manos están arañadas y tu ropa sucia, rota. Tiemblas, gimes de dolor cuando intento levantarte, damos unos pasos y tropiezas, los dos nos vamos al suelo.

– ¿Qué has hecho?

No dices nada.

– ¿Has venido aquí a qué? ¿A qué te maten también?

Asientes.

Me hieres, me dueles, me rompes, me quemas. Te odio. Te odio. Te odio.

Te dejo en el suelo, ni siquiera te miro. Llamo a un taxi y no digo ni una palabra ni siquiera cuando tengo que sujetarte para llevarte a tu habitación. Estás lleno de sangre, tanto que tengo miedo, pero te dejo solo, como tú has hecho tantas veces conmigo.

Querías morir.

Sabes que te necesito y eso no te frenó.

La caja que guardabas sigue abierta en el suelo del salón, me siento a su lado, sólo con una pequeña lámpara dorada encendida y saco con cuidado la roída camiseta de Jonghyun. La abrazo y me tumbo en la alfombra. La aprieto contra mí…

Necesito que vuelva, necesito a mi mejor amigo, necesito su voz, necesito que me calme, necesito sus locuras y su forma de irritarme… Pero no queda nada.

No lloro, sólo abrazo y aprieto la tela entre los dedos, cierro los ojos y dejo que todo pase.
Pasará… me digo a mi mismo, pasará y dejará de doler. Las heridas no son eternas. No pueden serlo.

Siento que tengo algo dentro que quiere salir, me aprieta el pecho y me abrazo con más fuerza, no quiero moverme. ¿Tan difícil sería simplemente consumirme aquí?

Escucho unos pasos, sé que eres tú.

Te acuestas a mi lado, sé que no te importa que estemos en una alfombra y me rodeas la cintura con el brazo.

– Lo siento.

– Deja de disculparte, ya no importa ¿Sabes? Ya no importa nada.

- No quería hacerte más daño.

– Pues lo has hecho.

Me aprietas fuerte contra ti, noto tus lágrimas en mi cuello, donde descansas tu mejilla herida.

– Me juré que no me enamoraría de ti, no podía hacerle eso a Jonghyun. Pero nunca tuve elección, siempre has sido tú, siempre…

– ¿Qué tiene que ver Jonghyun?

– Él te quería, él te…

– No estaba enamorado de mí, nunca lo estuvo.

– ¿Qué?

– Jonghyun sólo tenía ojos para Key, incluso cuando se marchó a vivir a París, Jonghyun… seguía esperándole.

– Es imposible… Siempre creí que él sentía algo más por ti y tú por él…

- ¿Y por eso empezaste a beber? ¿Por qué pensabas que queriéndome, le traicionabas a él? ¿Por eso sólo me tocabas cuando estabas borracho y después simplemente lo olvidabas?

– Bebía para olvidar, para olvidarte, pero me obsesioné… me perdí.

– Y yo también, me he perdido contigo.

–Si quieres marcharte, puedes hacerlo, ya nada te retiene aquí…

– Mi puto corazón me retiene aquí, Jinki. Porque es tuyo, aunque lo pises, lo rompas y lo abandones noche si y noche también, es tuyo y no puedo irme sin él.

Me giro para enfrentar tus ojos, esos pequeños pozos de oscuridad que al mismo tiempo son lo más  brillante que he visto nunca.

– Si pudiera arrancarme el corazón, lo dejaría en tus manos –susurras tan cerca de mis labios que siento en ellos tus palabras y me estremezco.

Te has quitado la camiseta y limpiado las heridas, pero aún puedo ver cada golpe en tu piel y te acaricio con la punta de los dedos.

–Lo que más odio es no poder odiarte.

–Lo que más odio es que todas tus heridas son mi culpa.

Me acerco hasta que tus labios rozan los míos, tus manos se cuelan debajo de mi camiseta, acariciándome la cintura y suspiras.

–Prométeme que dejarás de odiarte.

Asientes, besándome como nunca me has besado y yo te abrazo con todas mis fuerzas, me dejas sin aire y te apartas para respirar, apoyas tu frente en la mía y el mundo se detiene.

Sonríes. Y tu sonrisa es el mecanismo que me mantiene vivo.

Quizás estemos llenos de cicatrices, quizás hayamos perdido un pedazo de alma. Pero estamos aquí, vivos por primera vez en mucho tiempo.

Y mientras sea tu aire el que respire, podré estirar las alas y quizás, volver a volar.