BECAUSE OF YOU
Autor: Neon Light (@OrionTilenni)
Género: Romance, drama y Yaoi (Chico x chico)
Este one shot es sobre el grupo de Kpop "SHINee" es un 'OnTae' para mayores de 16 años.
Relato
No sé por qué estoy aquí
sentado. No sé por qué me cuesta tanto respirar ni porqué siento que de un
momento a otro empezaré a llorar como un niño. Acabo de verte sonreír y aún
puedo escucharte al otro lado de la puerta.
Creo que a veces eres feliz.
Y se suponía que eso era todo
lo que necesitaba, tu risa, con ella podía sobrevivir e incluso saborear la
fugacidad de la felicidad en esos momentos en los que tu sonrisa era por mí.
Me quedo en silencio y miro a
mi alrededor, pero no hay nada, sólo ausencia, esa frialdad que deja tu
presencia al desvanecerse. No sé por qué, pero tengo la sensación de que me
robas la luz cuando te vas.
Hace tres días que apenas
puedo dormir, supongo que no soy más que un idiota, y me quedo mirando al techo
desde que te vas hasta que vuelves, sólo para escuchar tus pasos por delante de
mi habitación y el sonido de la puerta al cerrarse tras de ti. Entonces cierro
los ojos y sé que me despertaré escuchándote cantar, y me siento tranquilo.
Eres mi calma y al mismo tiempo, no haces más que destrozarme.
¿Cuándo empecé a quererte
así?
Ni siquiera yo lo sé, creo
que sólo era un niño. Es como si me hubieras infectado desde dentro y hubieras
cortado aquellos lazos que me unían al mundo. Ahora están atados a tus manos y
cuando te alejas, tiras de mí. Da igual a donde, allí estoy yo, siguiéndote.
Otra noche más te vas, me
dices adiós desde el salón sin esperar a que responda, piensas que duermo y yo
no hago nada para demostrar lo contrario, te dejo ir. Porque soy un cobarde.
Fuera está lloviendo, puedo
oír como la lluvia golpea los cristales. Y una parte de mí, cada vez más
grande, tiene ganas de abrir de par en par las ventanas y dejar que la lluvia
entre, que me moje y me haga sentir algo más que esto, este vacío, este intento
de calma tambaleante.
Me siento en la cama, rebusco
los cascos perdidos entre las sábanas y dejo que la música me inunde, ella es
como una compañera constante, incondicional y quizás lo único que realmente me
hace sentir vivo. Le confieso mis secretos, mis sueños más locos sin siquiera
despegar los labios, y miro la ciudad al otro lado del cristal. Está empapada,
plagada de pequeñas luces doradas que brillan aunque la noche intente
engullirlas. ¿Estarás tú en alguna de esas luces, Jinki?
Esta lluvia que golpea mi
habitación… ¿Golpea tu piel?
Con esas preguntas cierro los
ojos y apago la luz, dejo la ropa en el suelo de cualquier manera y me enredo
en las sábanas. Supongo que no soy de hierro, aún con la música gritándome en
los oídos, el sueño me arrastra sin remedio, esta vez sin dar mil vueltas ni
contar las estrellas artificiales que brillan en el techo. Me dejo ir y en mis
sueños no hay nada, ni siquiera estás en ellos y, aunque te busque, sé que no
te encontraré.
No sé qué es lo que me
despierta, creo que una luz golpeándome los párpados cerrados, pero en cuanto
los abro estás ahí, apoyado en el marco de la puerta, dejando entrar la luz del
pasillo contra la oscuridad de mi habitación y estás totalmente empapado.
Hablas pero los cascos siguen en mis oídos y no puedo escucharte.
- Sé que no duermes –es lo
que consigo entenderte cuando me incorporo para mirarte.
– ¿Sé puede saber qué haces?
–te pregunto, me miras y entonces me doy cuenta de que estás sangrando,
apoyándote en el marco de la puerta para no caer de bruces al suelo. Siento mi
alma en una caída libre en un pozo sin fondo, me da un vuelco el estómago y hay
un nudo aprisionándome el abdomen como si estuviese a punto de vomitar.
Son los recuerdos, me atacan
cuando te veo así. Y sé que tú lo sabes, por eso vuelve a haber tanta tristeza
en tus ojos.
Entras intentando no caerte y
cierras la puerta tras de ti, la oscuridad nos engulle a los dos y escucho sólo
tu respiración mezclada con la lluvia que todavía ataca las ventanas. Me
desenredo las sábanas de las piernas y me acerco despacio hasta ti, sé dónde
estás aunque no pueda verte.
Estiro las manos hasta tu
pelo, tan suave aunque esté mojado y enredado, después bajo muy despacio,
espero que no te des cuenta de que intento memorizarte poco a poco y llego a
tus mejillas frías, a tu boca, al hilo de sangre que desciende por tu mandíbula
limpiándolo con los dedos.
– ¿Qué has hecho? –susurro.
No sé por qué, pero no quiero romper esta calma, aunque estés a punto de
hacerlo tú sin darte cuenta.
–He vuelto a perder el control…
–contestas en una voz tan baja como la mía, pero tan rota, tan afligida–. Y lo
sigo haciendo.
Esta última frase la terminas
cerniéndote sobre mí, tirándome al suelo con tu cuerpo sobre el mío y tu
respiración golpeándome directamente en los labios. No puedo articular palabra,
noto como tus manos me inmovilizan y las gotas que se escapan de tu pelo se
deslizan hasta mi frente y mis mejillas.
Me prometiste no volver a
hacerlo nunca, ni una pelea más, ni un solo golpe… Y no sé qué sentir
teniéndote tan cerca y a la vez, estando tan decepcionado. Quiero apartarte de
mí, porque sé que me haces demasiado daño sólo con mirarme, pero nunca me has
tocado así, nunca has estado tan cerca de mi boca. No sé cómo reaccionar
teniendo tu aliento en mi lengua.
Me aprietas más fuerte contra
el suelo, tu cuerpo está empapado contra mi piel pero una de tus piernas se
desliza entre las mías. ¿Por qué?
Tus manos se deslizan por mis
brazos, pero no me acaricias, me arañas. Siento tus dedos clavándose en mi
cintura, en mi espalda y aprieto los labios para no suspirar cuando noto tu
boca en mi cuello.
No puedo evitar pensar en
cuantas pieles se han estremecido bajo tus manos, igual que yo lo hago ahora ni
puedo evitar imaginar cuantos besos has dado mientras yo te esperaba. En el fondo
no me importa, no quiero que me importe, porque si lo hace dolerá más que la
insistencia de tus dientes mordiendo mi piel.
Es tan difícil respirar
cuando aprietas así mi cuerpo contra el tuyo, me siento pequeño entre tus dedos
y poco a poco empiezo a ascender las manos por tu espalda, aparto tu camiseta
mojada y siento tu piel fría y húmeda. Tiemblas, no sé por qué pero lo haces y
apartas tu boca de mí, me miras aunque no puedes verme en esta oscuridad y
entonces, me besas.
Mi cuerpo grita. Todo se para
y por un momento soy incapaz de moverme, tus labios atrapan los míos y no sé si
esto es pasión, violencia o desesperación, pero las siento todas mezclándose
con tu lengua y la mía.
Insistes sobre mi boca, y te
muerdo el labio, gruñes, clavas más tus dedos en mi piel y te aprietas más
contra mí. Ahora es cuando noto el deje de la sangre todavía en ti, y el
recuerdo del alcohol en tu boca y tu piel, pero nada de eso me hace retroceder,
no puedo dejar de besarte. Deslizas los dedos bajo lo único que cubre mi cuerpo
y ahogo un grito. Me arqueo contra ti y empiezas a acariciarme de una forma
agresiva y sin piedad. Pongo las manos en tu pecho, niego con la cabeza
apretando los labios para acallar los suspiros que claman por salir de ellos.
–No… –jadeo mientras sigues
deslizando tu mano entre mis piernas.
–Taemin… –susurras mi nombre
sin más, ignorándome y me quedo desnudo bajo tu cuerpo. Poco a poco descubro tu
piel bajo la ropa, tiro de ella desesperado aunque mis dedos tiemblan por el
miedo y los nervios, quiero pararte y a la vez no puedo evitar desear con todas
mis fuerzas que me destroces.
Acerco mis manos a tu cuello,
tu respiración descontrolada me hace temblar. Enredo los dedos en tu pelo y
cuando tiro ahogas un jadeo y vuelves a mi boca, dejándome cada vez más
sediento de ti cuando te alejas para respirar. Y respiras deslizándote sobre
mí, mi cuello, mis hombros, mi pecho hasta que siento el suave roce de tus
labios y tu lengua en mi cintura. Tus uñas marcan mis muslos, me muerdo los
labios y pierdes tu boca en ellos, lamiéndome como si mi piel tuviera un sabor
dulce. Estoy jadeando y pierdo también el control, me consumo en tu boca como
una colilla encendida que desgastas sin cuidado y, cuando es tu cuerpo el que
se desliza entre mis piernas, clavo las uñas en tu espalda.
No sé por qué haces esto, ni
donde está la magia que siempre creí que sentiría al imaginarnos así, todo lo
que siento es desesperación y un dolor estremecedor recorriéndome todo el
cuerpo. Invadiéndome, sujetando mis muslos alrededor de tu cintura te detienes,
me besas, te abrazo. Me siento morir de dolor y se me llenan los ojos de
lágrimas.
Lloro porque te quiero, lloro
porque me duele y te deseo. Lloro porque sé que intentas huir del dolor, y tu
salida soy yo.
Recoges mis lágrimas con tus
dedos, pero no dices nada. A veces susurras mi nombre como si fuera un hechizo
o una maldición y nos convertimos en una danza agresiva, perfecta y caótica al
mismo tiempo.
Gritas cuando deslizo las
uñas por tu espalda, marcándola y tus dedos se pierden por todo mi cuerpo. Si
fuera de cristal, me habrías roto en mil pedazos.
¿En qué momento se mezclaron
el dolor y el placer? Ya no puedo diferenciarlos, se han mezclado dentro de mí
y soy su esclavo, igual que mi cuerpo lo es del tuyo. Estoy sin voz, sólo puedo
deshacerme en tus besos. Me siento pequeño a tu lado, como si la fuerza con la
que te ciernes sobre mí fuera demasiada para soportarla y aun así lo hago,
sudando y temblando, me aferro a ti aunque me estés quemando.
Jadeo, grito, ya no tengo
control y sé que tú tampoco aunque ahogas cualquier sonido pegando tu boca a mi
piel, el silencio ya no es más silencio, ahora nuestra canción de gruñidos y
suspiros danza por toda la habitación.
Yo no quería esto, yo te
quería a ti.
Ahora soy un juguete.
Intento no sentirme patético
cuando termino agotado, abrazándote sin fuerzas mientras los rescoldos del
placer siguen haciendo mella en los dos, y nos unen en unas últimas caricias
fugaces antes de que te levantes sin decir nada, recojas tu ropa y me dejes
solo sin un mísero beso. Ni una palabra.
Me acurruco en el suelo,
busco un recuerdo de tu calor en él pero ya está frío, y el frío empieza a
apoderarse de mí, intenta borrarte de mi piel y, aunque me siento sucio y roto,
no quiero que lo haga. Me muevo de nuevo hasta la cama, sigo acurrucado en ella
y me llevo las manos al pecho. Parece que está haciéndose pequeño por momentos.
Ahogo un grito. Me siento
perdido y te necesito, ahora que estoy solo otra vez, no entiendo nada y tengo
miedo.
No sé cuánto tardo en quedarme
dormido, pero no consigo mover ni un músculo más, no puedo escuchar como la
lluvia repiquetea en los cristales, se ha ido igual que tú y no hay más música
que mi respiración en el silencio que antes tú rompías.
Cuando despierto la luz
grisácea que dejan ver las nubes impacta directamente contra mis párpados y al
abrirlos me quedo ciego unos segundos. Me arden por las lágrimas que están
secas en mis mejillas y las noto tirantes, frías.
Una ducha caliente, o quizás
ardiendo sea la palabra, consigue liberarme del entumecimiento que atenaza mis
músculos, pero tras él noto el picor de los arañazos, el dolor punzante desde
la parte baja de mi espalda hasta donde ya no puedo diferenciarlo. Me quedo
hasta que apenas puedo respirar por el calor y salgo envuelto en una toalla con
el cuerpo empapado. En cuanto pongo un pie fuera del baño el frío me asciende
por las piernas y me sopla en el cuello, pero dejo que lo haga mientras camino
despacio y te encuentro allí, en la cocina con una taza de café en las manos, una
canción susurrada entre los labios y tu maldita belleza burlándose de mí.
–Buenos días. –Me dices como
si nada y sigues leyendo sentado cerca de la ventana.
Al mirarte siento que nada ha
sucedido, que sólo ha sido otro de mis delirios, de esos que me atacan por
estar tanto tiempo solo. Pero yo sé que fue real, mi cuerpo lo sabe, mi boca
recuerda tus labios y mi piel cada uno de tus roces. Ardo al recordarlo y me
alejo de ti sin decir nada. No puedo mirarte.
Y así se pasa el día,
mientras miro al otro lado de la ventana como un pequeño pájaro se detiene ante
ella y parece observarme. Acaricio el cristal con los dedos y él no se mueve,
tan sólo me acompaña, su silencio es mi silencio y cuando echa a volar me
imagino cómo sería hacerlo yo también… Algo tan simple como estirar las alas y
alejarme de todo, acariciar las nubes y poder respirar.
No vuelves hasta que la noche
ha caído y vuelvo a estar acurrucado entre las sábanas. Abres la puerta, otra
vez pareces estar a punto de desmoronarte y tus ojos están rojos, tu piel y
aliento huelen al alcohol que tanto odio.
Caes sobre mí, susurras mi
nombre, me besas, intento huir, me acorralas.
Grito, tu piel y la mía se
encuentran, me quemo en tus manos y te odio tanto como te quiero, por eso no
puedo resistirme. No sé si estás jadeando o sollozando, creo que ambos y cada
vez estás más roto, cada vez soy más tuyo.
Eres como la lluvia, apareces
y lo inundas todo, lo haces tuyo y después desapareces como si jamás hubieras
estado.
Me quedo en silencio cuando
vuelves a dejarme sólo, esta vez tengo el recuerdo de tus dientes en el cuello
y lo rozo con los dedos antes de cerrar los ojos.
¿Quién eres?
De día eres tú, el Jinki que
conozco como la palma de mi mano y siempre está dispuesto a soportar el peso
del mundo en sus hombros, pero por las noches algo cambia en ti y entonces no
sé quién eres, pero siempre vienes a mí, hasta caer agotado sobre mi cuerpo y
desgastar mis labios.
A veces siento que me deseas,
a veces que me odias.
Sólo veo como cada día esas
ojeras son más grandes, intentas disimularlas pero hagas lo que hagas siempre
son visibles para mí. Entonces me doy cuenta de que cuando te creía feliz sólo
fingías, tus sonrisas no eran más que una máscara que ahora se cae a pedazos.
Nunca curaste tus heridas y
yo estaba demasiado ciego para verlo, demasiado atrapado en mis propias
cicatrices.
Una tarde de cielo encapotado
y nieve dejándose caer desde las nubes, te encuentro arrodillado en la alfombra
del salón, con una caja abierta frente a ti y algo que aprietas entre las
manos. Te tiemblan los hombros y pareces a punto de romperte, pero no lloras,
tus mejillas están secas. Me acerco a ti, como no hago desde hace mucho tiempo
y te rodeo los hombros con los brazos. Intentas huir, te remueves, me empujas,
pero no me muevo, estás tan débil que no puedes apartarme o quizás en el fondo
no quieres y me necesitas tanto como yo a ti.
Cuando veo lo que tienes en
las manos se me para el corazón.
Somos nosotros: Jonghyun, tú
y yo. La última vez que estuvimos juntos antes de que todo se desmoronase. El
día en que murió, algo en nosotros lo hizo también.
–Deja de culparte… –susurro.
–No puedo… –Tu voz tiembla.
Sé que te culpas,
siempre lo supe, aunque no sea verdad, tú sigues haciéndolo. Intento recordar
aquella noche y las imágenes se mezclan en mi cabeza, me cuesta ordenarlas para
que tengan sentido y siempre que lo hago duelen demasiado. Jonghyun era mi
mejor amigo, casi una mitad perfecta de mí y siempre habíamos estado juntos,
como si no existiéramos el uno sin el otro. Y tú estabas allí, cuidando de él,
cuidando de mí.
Hasta que crecimos y
empezamos a tropezar por el camino. Siempre nos metíamos en peleas que parecían
de niños, pero no lo eran. Quizás era ese gusto por el peligro que tenía
Jonghyun, pero las cosas se torcían cada vez más y tanto él como tú os dejabais
llevar. Era tan idiota que pensaba que nadie podía venceros, ni siquiera cuando
terminabais en el bordillo de la acera por tanto alcohol que corría por
vuestras venas. Al día siguiente estabais bien y con los años me acostumbré a
vuestra forma de verlo todo, tan equivocada.
Dejé de acompañaros,
con el tiempo, y tú parecías estar cansado. Se suponía que el día que todo se
rompió iba a ser el final, la última vez que os dejabais llevar por la noche.
Yo estaba allí porque
Jonghyun me lo había pedido, una tarde haciendo el idiota en el centro
comercial y el cine, una foto poniendo caras extrañas en el fotomatón de la
entrada y risas hasta que nos dolía el estómago. Después, la noche calló con
toda su furia y en un bar cualquiera, comenzó una pelea que no comprendí.
No sabía por qué,
siempre era por una estupidez. Sólo por la adrenalina, sólo por el peligro.
Y escuché tantos
gritos que me asusté, te vi a ti, gritando mientras te agarraban. Vi a
Jonghyun, tirado en el suelo, justo con la cabeza sobre un bordillo, cristales
rotos a su alrededor y sangre. Muchísima sangre.
No sé si aquello que
escuché después fueron tus gritos, los míos o los de la gente. Pero aquella
sangre empapando el asfalto nos arrastró con ella, nos hirió de muerte siendo
incapaces de morir, incapaces de seguirle.
Lo único que sentí
fueron las piedrecitas de la carretera clavándoseme en las rodillas, de no ser
por eso ni siquiera habría sabido que estaba en el suelo. Nadie intentó
sujetarme y tú te soltaste de los brazos que te agarraban, caíste a su lado y
buscaste algo de vida en él, hasta empapar tus manos de sangre.
Me miraste, nunca
había visto tus ojos tan destrozados, pero no llorabas. Dijiste mi nombre sin
voz, como si la hubieras perdido. Habíamos perdido demasiado…
Nunca cumplimos
nuestras promesas. No estuvimos siempre juntos.
Salgo de los recuerdos
dándome cuenta de que me he aferrado a ti con demasiada fuerza y que tú te
aferras a mí también. Nos quedamos así sin decir nada, ni siquiera sé si realmente
estamos respirando, pero cuando consigo moverme me siento a tu lado, me acerco
a la caja que tienes frente a ti y empiezo a rebuscar algo en ella sin saber el
qué.
Sólo hay recuerdos, fotos,
unas entradas de concierto, la púa roja de su guitarra, un pequeño perrito de
peluche, sucio y despeinado; algunos CD’s y aquella camiseta que tú y yo le
habíamos regalado después de meses buscándola… estaba roída y descolorida de
tanto que la había usado, pero estaba ahí.
Sigo rebuscando para mantener
los dedos ocupados y que dejen de temblar, parece que vas a detenerme pero
dejas tu mano a mitad de camino entre tú y yo, y la dejas caer de nuevo sobre
tus rodillas.
Encuentro algo que no creí
volver a ver jamás. Con la respiración hecha eco en mis oídos me acerco al
proyector y lo enciendo, sé que nunca me dejas tocarlo, que es tu pequeño
tesoro, pero esta vez no dices nada y me peleo cómo puedo para hacerlo
funcionar con el dvd que he encontrado en la caja.
No es un DVD cualquiera,
aunque se ve extrañamente torcido y el audio es bastante deplorable, en cuando
se ilumina la pantalla que deslizo frente a la pared, los dos nos quedamos como
parados en el tiempo.
Nos vemos a nosotros mismos, cuando
Jonghyun estaba entre los dos, con su guitarra y su voz. Tú también cantabas y
el volver a escuchar la melodía de vuestras voces juntas hizo que se me erizase
la piel y un escalofrío ascendiera por toda mi columna.
Yo estaba frente al micrófono
pero no cantaba, me esforzaba por no enredar los dedos entre las cuerdas de la
guitarra. Nunca se me había dado demasiado bien, pero me encantaba hacerlo y
así se suponía que íbamos a pasar la vida.
Nuestra música, era el mundo.
Pertenecíamos a ella, así de simple.
En aquella grabación los ojos
de Jonghyun brillaban de felicidad, tú parecías nervioso, siempre odiabas tener
una cámara delante y yo sólo te miraba a ti, por que verte cantar me hechizaba.
–No dejabas de mirarme –dices
de repente con los fijos en nuestra imagen.
–Nunca he dejado de mirarte
–susurro.
Entonces te giras, estamos
tan cerca que nuestros hombros se tocan y tu aliento choca con mis mejillas,
respiro tu aire.
– ¿Por qué?
–Porque eres tú… –las
palabras te confunden, pero ahogo tu confusión en mis labios. Por primera vez
me acerco a tu boca y soy yo quien te deja sin respiración. No te mueves,
aunque quiero comerte, no reaccionas ante mí y me sujetas los hombros para
alejarme.
No me importa tu resistencia,
tiro de ti y me abalanzo sobre tu cuerpo, necesito encontrar una manera de
acallar todo el dolor que no puedo controlar y tú también, lo veo en tus ojos.
Jadeas y vuelvo a tus labios,
con los ojos cerrados y los dedos encerrados en tu pelo.
Supongo que tu determinación
es tan débil como mi cordura y empiezas a responder a mis besos, de una forma
diferente a como lo haces cuando me besas por las noches. Ahora no hay
violencia, ni tus sentidos están nublados por el alcohol. Sólo eres tú y me
sientes como yo te siento. Es extraño porque esta vez tus dedos no me duelen,
ni sangro bajo tus dientes, sólo siento cosquillas en el estómago y una calidez
eléctrica por la piel, aunque la ansiedad me ahoga, es más fuerte la conexión
que creas al mirarme.
Estás a punto de llorar. Alzo
las manos a tus mejillas y las acaricio despacio. Sonríes, aunque pareces
triste, sonríes para mí.
–No puedo hacerte esto otra
vez… –susurras en mi oído.
– ¿Por qué? ¿No te das cuenta
de cuánto te quiero?... Eres lo único que me aparta del dolor, del miedo…
Necesito que apagues todo esto, necesito que seas tú, sólo esta vez…
-Tú… tú no me quieres, no es
cierto…
Otro beso, no quiero seguir
escuchando como niegas mis palabras, sólo quiero tu descontrol, porque
terminaré volviéndome loco. Te atrapo entre mis piernas, tus manos se aferran a
mi cintura y me besas con rabia, una rabia que esta vez yo también siento y nos
convierte en dos criaturas salvajes y descontroladas enredándose en el suelo.
Te levantas manteniéndome subido a tu cintura, entre tirones de ropa llegamos a
tu habitación, a oscuras y tropezando con todo lo que encuentras tu paso, me
dejas caer sobre la cama y te vences sobre mí. Poco a poco tiro de tu camiseta
y la dejas ir. Acaricio la línea de tus hombros con la punta de los dedos y
suspiras. Tus ojos están cerrados y con la pálida luz que entra por la ventana
puedo ver tus mejillas encendidas, aunque quizás sólo me lo imagine. Eres lo
más bonito que he visto nunca.
Lo extraño de verte llorar
por primera vez, es que lo haces mientras estamos juntos, mientras te mueves
contra mi cuerpo y estremeces cada célula de mí. Por primera vez no siento
dolor, me tratas como si fuera a romperme y, cuando siento tus lágrimas caer
sobre mi piel las recojo con los dedos. Supongo que es mi manera de sostener tu
dolor, y quizás lo esté consiguiendo.
No sé cuánto tiempo llevamos
aquí encerrados y he perdido la cuenta de los besos que has dejado caer por mi
cuerpo, sigo sintiéndote más allá de mi piel y todo el mundo se ha quedado en
silencio.
Te acurrucas a mi lado, mudo,
sudando como yo, que soy incapaz de mantenerme sobre mis rodillas y me dejo
caer.
–Ojalá hubiese sido esta la
primera vez.
–Y lo ha sido, aquello…
Aquello no eras tú.
–Sí lo era, siempre lo he
sido. ¿Cómo has podido soportar todo… lo que te he hecho?
–Ya te lo he dicho, te quie…
–pones un dedo sobre mis labios y niegas con la cabeza.
–No lo digas, no quiero
escucharlo otra vez porque no puede ser, tú no puedes quererme y yo… no puedo
quererte.
– ¿Por qué?
–No puedes ser mío.
Y te levantas, te alejas de
mí y te vas. Desapareces, aunque te llame no te detienes.
Golpeo la puerta con el puño,
me deslizo de rodillas hasta el suelo y sigo llamándote. ¿Por qué no puedes
quererme, pero si romperme? Y si yo te quiero ¿Qué importa? ¿Qué te aleja de
mí?
Esta vez no quiero quedarme
quieto, no quiero estar encerrado en estas paredes, necesito respirar y recordar
que el mundo aún existe, aunque no quiera formar parte de él.
Y salgo hacia la noche, fría
y adornada con finos copos de nieve. No recordaba lo mucho que me gustaba el
invierno, ahora me quedo prendido de las luces que cuelgan de los árboles, el
brillo dorado de las farolas bordeando las calles y el olor dulce que se escapa
de las cafeterías que recorro con los ojos. Adoro ese olor, me reconforta y me
tranquiliza.
Sigo caminando, alejándome de
los recuerdos y de ti, estés donde estés. Tardo media hora en llegar al centro
de la ciudad pero no me arrepiento cuando en el parque central escucho los
acordes de una guitarra y un violín. Me acerco casi corriendo, temiendo que la
música termine antes de que pueda llegar allí y veo a dos hombres sentados frente
a la fuente, los dos prácticamente ancianos pero con una vitalidad que yo mismo
envidio y su música parece tejida en el aire con una maestría que jamás había
escuchado.
En el momento que mis ojos se
cruzan con el que toca la guitarra pienso en Jonghyun, aunque en realidad
siempre pienso en él, ahora imagino que está a mi lado, sonriendo como un
idiota.
El teléfono grita en mi
bolsillo, me alejo un poco y contesto sin mirar siquiera la pantalla.
–Lo siento.
Eres tú.
– ¿Dónde estás?
–Lo siento, lo siento todo…
Siento no haber podido salvar a Jonghyun, siento que tuvieras que perderle
porque no supe ser su hermano mayor, siento… siento haberme enamorado de ti y
haberte hecho tantísimo daño. Me odio, me odio tanto que perdí el control, pero
no volveré a hacerlo. Hoy me has hecho sentir vivo, me has hecho sentir de
verdad y jamás podré agradecerte cada uno de tus besos… Te quiero Taemin, te
quiero desde hace tanto tiempo que ya no puedo arrancarte de mí. Pero no
volveré a hacerte daño, ni a ti ni a nadie.
Suenas ahogado, roto. Y
cuelgas.
–Jinki… ¡JINKI! –me quedo
mirando la pantalla. Tu nombre se apaga en ella y veo algo que está a
punto de hacerme caer.
23 de Febrero.
No… no he podido pasarlo por
alto. Este día no.
Porque hoy Jonghyun cumpliría
24 años.
Empiezo a correr, tus
palabras sonaban a despedida y me zumban los oídos por el pánico y la
culpabilidad. La gente me mira y no me importa, choco con sus hombros y me
asesinan con los ojos cuando tropiezo con ellos, pero nada puede pararme.
Dime que no estás allí a
donde voy a buscarte, está demasiado lejos, no soy tan rápido… Y ni siquiera sé
por qué siento que tengo que alcanzarte.
Las calles se desdibujan a mi
alrededor y pierdo la noción de lo que me rodea, sólo corro y corro, ni
siquiera reparo en que mis piernas arden y parecen convertirse en gelatina.
Respirar convierte el aire helado en fuego al bajar por mi garganta pero no me
importa, me imagino que en algún sitio estás llamándome y sólo por eso correría
hasta destrozarme los huesos.
Cuando llego al único lugar
que pensé no volver a pisar jamás, me detengo. Es como estar en dos lugares al
mismo tiempo, o en dos momentos. La misma acera donde vi a Jonghyun por última
vez, donde él se apagó como una estrella que se choca contra el suelo… ahora
está vacía. Ni siquiera quedan recuerdos.
– ¡JINKI! –Grito–. ¿Dónde
estás…?
– ¿Tae? –Me giro y te busco,
no te veo pero sigo tu voz, que es apenas un susurro, y ahí estas, tirado en el
suelo al lado de un destartalado coche aparcado. El bar donde todo ocurrió está
justo delante de mí y me niego a mirar.
Me acerco a ti, estás
acurrucado en el suelo y tus mejillas están heridas, tu boca sangra, tus manos
están arañadas y tu ropa sucia, rota. Tiemblas, gimes de dolor cuando intento
levantarte, damos unos pasos y tropiezas, los dos nos vamos al suelo.
– ¿Qué has hecho?
No dices nada.
– ¿Has venido aquí a qué? ¿A
qué te maten también?
Asientes.
Me hieres, me dueles, me
rompes, me quemas. Te odio. Te odio. Te odio.
Te dejo en el suelo, ni
siquiera te miro. Llamo a un taxi y no digo ni una palabra ni siquiera cuando
tengo que sujetarte para llevarte a tu habitación. Estás lleno de sangre, tanto
que tengo miedo, pero te dejo solo, como tú has hecho tantas veces conmigo.
Querías morir.
Sabes que te necesito y eso
no te frenó.
La caja que guardabas sigue
abierta en el suelo del salón, me siento a su lado, sólo con una pequeña
lámpara dorada encendida y saco con cuidado la roída camiseta de Jonghyun. La
abrazo y me tumbo en la alfombra. La aprieto contra mí…
Necesito que vuelva, necesito
a mi mejor amigo, necesito su voz, necesito que me calme, necesito sus locuras
y su forma de irritarme… Pero no queda nada.
No lloro, sólo abrazo y
aprieto la tela entre los dedos, cierro los ojos y dejo que todo pase.
Pasará… me digo a mi mismo,
pasará y dejará de doler. Las heridas no son eternas. No pueden serlo.
Siento que tengo algo dentro
que quiere salir, me aprieta el pecho y me abrazo con más fuerza, no quiero
moverme. ¿Tan difícil sería simplemente consumirme aquí?
Escucho unos pasos, sé que
eres tú.
Te acuestas a mi lado, sé que
no te importa que estemos en una alfombra y me rodeas la cintura con el brazo.
– Lo siento.
– Deja de disculparte, ya no
importa ¿Sabes? Ya no importa nada.
- No quería hacerte más daño.
– Pues lo has hecho.
Me aprietas fuerte contra ti,
noto tus lágrimas en mi cuello, donde descansas tu mejilla herida.
– Me juré que no me
enamoraría de ti, no podía hacerle eso a Jonghyun. Pero nunca tuve elección,
siempre has sido tú, siempre…
– ¿Qué tiene que ver
Jonghyun?
– Él te quería, él te…
– No estaba enamorado de mí,
nunca lo estuvo.
– ¿Qué?
– Jonghyun sólo tenía ojos
para Key, incluso cuando se marchó a vivir a París, Jonghyun… seguía
esperándole.
– Es imposible… Siempre creí
que él sentía algo más por ti y tú por él…
- ¿Y por eso empezaste a
beber? ¿Por qué pensabas que queriéndome, le traicionabas a él? ¿Por eso sólo
me tocabas cuando estabas borracho y después simplemente lo olvidabas?
– Bebía para olvidar, para
olvidarte, pero me obsesioné… me perdí.
– Y yo también, me he perdido
contigo.
–Si quieres marcharte, puedes
hacerlo, ya nada te retiene aquí…
– Mi puto corazón me retiene
aquí, Jinki. Porque es tuyo, aunque lo pises, lo rompas y lo abandones noche si
y noche también, es tuyo y no puedo irme sin él.
Me giro para enfrentar tus
ojos, esos pequeños pozos de oscuridad que al mismo tiempo son lo más
brillante que he visto nunca.
– Si pudiera arrancarme el
corazón, lo dejaría en tus manos –susurras tan cerca de mis labios que siento
en ellos tus palabras y me estremezco.
Te has quitado la camiseta y
limpiado las heridas, pero aún puedo ver cada golpe en tu piel y te acaricio
con la punta de los dedos.
–Lo que más odio es no poder
odiarte.
–Lo que más odio es que todas
tus heridas son mi culpa.
Me acerco hasta que tus
labios rozan los míos, tus manos se cuelan debajo de mi camiseta, acariciándome
la cintura y suspiras.
–Prométeme que dejarás de
odiarte.
Asientes, besándome como
nunca me has besado y yo te abrazo con todas mis fuerzas, me dejas sin aire y
te apartas para respirar, apoyas tu frente en la mía y el mundo se detiene.
Sonríes. Y tu sonrisa es el
mecanismo que me mantiene vivo.
Quizás estemos llenos de
cicatrices, quizás hayamos perdido un pedazo de alma. Pero estamos aquí, vivos
por primera vez en mucho tiempo.
Y mientras sea tu aire el que
respire, podré estirar las alas y quizás, volver a volar.
Comments (1)
Me ha encantado, transmites muy bien los sentimientos y describes a la perfección, tienes mucho talento en esto ^^ Esta genial.