Tao
Zitao llamó con fuerza a la puerta
de la habitación donde estaba su padre. El corazón en su pecho latía alocado, y
le parecía que todo daba vueltas. En su mano, las actas de nacimiento que había
encontrado.
-¡Padre! ¡Sé que estás ahí! ¡Abre,
por favor!
Las había revisado una y otra vez,
sin dar crédito a lo que veía. Una era suya, ponía el nombre de sus padres, y
su fecha de nacimiento, pero la otra… La otra era de alguien que no conocía,
que había nacido el mismo día, a la misma hora, del mismo padre, aunque
diferente madre. Apretó los papeles en su puño, y siguió golpeando la entrada,
hasta que abrió.
Su padre, el doctor Huang, le
miraba serio, digno, aunque molesto por el ruido. Siempre que estaba delante de
él, Tao se sentía empequeñecer. Su carisma era tan grande… Pero no podía
callarse lo que había descubierto. Quería explicaciones, o se volvería más loco
de lo que ya estaba.
-¿Qué ocurre, Zitao? ¿Qué es todo
este alboroto? –Le espetó, haciendo que su barba blanca se moviera con sus
palabras.
-Creo que soy yo el que tiene que
preguntar por ahora.-Le dirigió una mirada expectante, aunque aún no había
perdido su enfado.-Padre, ¿qué es esto? ¿Qué se supone QUE ES ESTO?
El gran doctor lo recogió entre
sus dedos, observando con incredulidad lo que su hijo le mostraba. Cuando
terminó de ver lo que era, no pudo si no, observar con recelo a Tao.
-¿Cómo lo has encontrado?
¿Entraste en mi despacho, sin mi permiso?
-¿Qué más da eso? ¡Responde de una
vez! –Chilló Tao de una manera que hasta él consideró inapropiada al instante.
Su padre pensaba que era un niño
caprichoso e inmaduro justo en ese momento, y Tao lo sabía, por eso, no pudo
dejar de sonreír satisfecho cuando supo que su progenitor le iba a contar la
verdad, descubriéndole rememorando los hechos.
-No vuelvas a entrar allí sin que
yo lo sepa. No estás autorizado para rebuscar entre mis cosas. No toleraré que
se vuelva a repetir. Nunca.-Sentenció con voz potente, mostrando su ira
impetuosa, que hacía temblar a su hijo. Hizo silencio mientras se encaminaba
hacia el centro de la estancia.- Aunque no considero que estés preparado para
saberlo, ni para juzgarme adecuadamente, te contaré parte de la historia.
Tienes derecho a conocer por lo menos eso, ahora que sabes que tienes un
hermano.
Tao se mantenía de pie, mirando
con descaro y hastío a su padre. “¿Parte de la historia? ¿No estoy preparado
para juzgarle adecuadamente? Y piensa que soy un necio. Genial.”
-¡Siéntate!-Le ordenó. Sin que se
lo pudiera repetir, Zitao se acercó a un sillón e hizo lo que le decían. Su
padre le miró intensamente, antes de poner las cartas sobre la mesa.-No quiero
interrupciones. No es algo fácil de explicar.
“Y menos a ti” Tao apretó la
mandíbula, aguantando la respiración, intentado calmar su furia, concentrándose
en escuchar.
Ya sabes, Zitao, que mi familia
tenía grandes tierras, y al ser así no pude elegir quién sería mi esposa, me la
impusieron. Nunca quise casarme, ese no era mi Destino, mi sino era bien
diferente… Pero en aquella época daba igual lo que yo pudiera pensar. Tenía que
mantener el status familiar, y estudiar una buena carrera. Tras terminar los
estudios, debía encontrar un trabajo que me permitiera seguir llenando las
arcas familiares, y contraer matrimonio con mi prometida: tu madre. Todos
parecían felices con la unión, y ella estaba también contenta, así que callé, y
acepté. Y así… Pasaron los años. Mi trabajo sabes que me obliga a ir de un
sitio para otro…
“¿Y la conociste entonces?
¿Estuviste con otra mujer en ese momento?” Tao revisaba los pensamientos del
doctor, encontrando ciertos recuerdos que se arrepentía de haber visto.
Mujeres, noches interminables, alcohol, luces y humo.
Hubo muchas personas con las
que ahogué mi soledad, mis sueños frustrados, mi ansia de libertad. No me
sentía culpable, solo me ataba a tu madre un documento. Era una buena amiga,
pero no significaba nada más. Ella lo sabía, lo respetaba, aunque no sé cómo
podía aguantarlo… Realmente, era un idiota, pero, Zitao… Hubo una mujer en
aquel tiempo, que realmente me hizo sentir algo. Aaahhh… Era inteligente,
hermosa… Me explicó multitud de historias, hechos, fantasías, me dejó ver quién
era, y aunque no estuviera destinado a estar con ella… No pude evitar nuestra
relación.
Nuevas imágenes asaltaron a Tao,
precisas y nítidas. Pasaron por delante de sus ojos cientos de situaciones,
amor a escondidas entre dos adultos que jugaban, engañando, divertidos, con
hambre de peligros corriendo por sus venas.
La mayor parte del tiempo lo
pasaba con ella, dejando muchas veces a mi esposa sola. Muy pronto comenzó a
enfermar, y me sentí culpable. Intenté estar más en casa, y ella se aferró a mí
en cuanto lo hice, desesperada. Siendo así, no paso mucho tiempo hasta que
quedó encinta. Pero… No fue la única que tenía noticias parecidas. Ambas
estaban embarazadas. Pero yo, en mi situación no podía hacerme cargo de los dos
niños. Quería hacerlo, pero toda mi familia montó en cólera y me prohibieron
volver a verla. No es que me importara demasiado lo que me dijeran que podía
hacer o no… Pero jamás me darían su apoyo. Pensé en abandonarlo todo y huir,
pero no creí que fuera adecuando. Así, terminé por elegir quedarme con tu
madre.
“Así que, te olvidas de una, te
acuestas con las dos y luego abandonas a la otra. ¿Qué clase de persona eres?”
Cerrando sus puños, intentó mantener la boca cerrada.
Les proporcioné lo que
necesitaban a ambas, responsabilizándome al menos del sustento económico. Todo
iba bien, no podía separarme de mi esposa, pero me carteaba con mi antigua amante,
y me decía que el niño se desarrollaba bien, sin problemas. Y así llego el día
en que naciste… Nacisteis. Acompañé a tu madre al hospital, y esperé hasta que
el parto terminara. No sabía en ese momento que las dos habían dado a luz, solo
cuando recibí una carta suya, con el acta de nacimiento lo supe. El mismo día,
a la misma hora. Por unas razones que no puedo explicarte, ese dato me
trastocó, y fui a verla, necesitaba comprobar ciertas cosas. Pero cuando llegué
a su piso no pude entrar. La policía había acordonado la zona, y no permitían
el paso a nadie. Cuando pregunté, me explicaron que la mujer que buscaba se
había suicidado y que no encontraron ningún bebé en la casa. Así que me fui de
allí, sin volver a saber nada de ella ni de hijo, solo sabiendo que existe, y
puede que esté vivo en algún lugar.
-Pero, Zitao, ya no sé nada
más.
-Y… Y… ¿Cómo?-Miró con asco a su
padre, sin poder creer que le contara todo aquello sin apenas inmutarse.- ¿Cómo
puedes decirlo así?
-¡No me hables de esa manera! Aún
no puedes entenderlo. Nos soy inocente, pero, ¿quién lo es? Cuando considere
necesario contarte todo, quizá puedas comprenderme. Zitao, tú y yo… Somos
iguales.-Tao rio, sarcástico. Frío e insolente.
-Yo solo amo y amaré a una
persona. Cueste lo que me cueste. No voy a ser como tú.
-¿Cueste lo que te cueste? Zitao,
no sé qué es peor.
“Lo que yo hice, o lo que tú
planees hacer” escuchó en la mente de su padre, mientras salía con grandes
zancadas de la habitación. “Somos iguales” Tao apretó el paso, mordiendo el
labio furioso. Por mucho que le costara admitirlo, no perdía razón. Pero quería
convencerse de que su venganza tenía algún sentido, más allá de lo meramente
humano.
-Señor Huang, hemos encontrado los
datos del propietario del vehículo.
Tao alzó la cabeza, terminando de
despertarse aquella mañana. Recogió los documentos a prisa, devorando lo que
veía. “Kim Myungsoo. Prepárate, voy a por ti”.
Sin perder un momento, se puso una
chaqueta y salió de allí. Avisó a lo más guardias que pudo de camino a la
salida. Manteniendo un paso firme, le seguían, como si fueran su escolta
personal. Se sentía poderoso, sonreía. Le iba a atrapar, sin que pudiera hacer
nada, y entonces Selene, sería suya.
Llegaron raudos a los apartamentos
donde vivía. Haciendo gala de su despliegue profesional, no tuvieron problemas
para subir hasta su casa. Riendo malévolamente, Tao se preparó para llamar,
para hacerle cara a ese odioso ser, para poder ver en primera persona su
desesperación cuando todos sus secuaces se le echaran encima y le encerraran
hasta que se consumiera, sin poder volver a verla…
“¿Selene?” Allí estaba, parecía
casi recién levantada, aún vestida con un amplio pijama que dejaba parte de sus
piernas y su hombro al descubierto. Su pelo despeinado, sus ojos claros,
sorprendidos. Su piel pálida, sus mejillas sonrosadas. ¿Qué hacía allí? ¿Habían
dormido juntos? Tao se obligó a calmarse, y a respirar. Le hervía la sangre, le
temblaba todo el cuerpo.
-¿Por qué estás aquí, Selene?
¿Vives con él?-Ella le miró con ceño fruncido.-¿VIVES CON ÉL?
-Tra-trabajo aquí… ¿Pero qué haces
tú…?
“Viven juntos. Tengo que
librarme de él” Tao se sorprendió ante su propia desesperación. Todo estaba mal
y tenía que dejar de estarlo, como fuera. Tenía que separarlos, Selene debía
ser suya. “Solo mía”
La observó mirándole con aprensión
y miedo, con unos cuantos mechones cayéndole sobre los ojos. Enfureció. ¿Cómo
podía haberlo hecho? ¿Cómo podía estar con él? ¡Estaban destinados! ¡Estaban
destinados y ella tenía otro hombre! ¿Cómo podía no darse cuenta? Sus ansias se
focalizaron en una idea en su mente.
-Vine para…-Apartó la mirada un
momento, mirando por encima de su hombro. Sus guardias no lo verían, no
saldrían a no ser que pronunciara la clave.- Realmente…-Dijo recuperando una
sonrisa tensa.- Venía para comprobar si estabas aquí.
-Quería verte… Pero no me
contestaste…-Murmuró poniendo caras de pena.- Así que al fin puedo decirte lo
que quería que supieras.-Dijo acercándose a ella lo más posible. Cuando ella se
alejó un poco, su rabia casi le lleva a hacer algo de lo que se hubiera
arrepentido.- Él no puede hacerte feliz. Solo yo puedo. Confía
en mí, acabarás olvidándole cuando comience yo a seducirte.
-¿Seducirme? Lo siento, pero…
Sin darle tiempo a decir nada más,
Tao la cogió de la cintura, inmovilizándola entre sus brazos, intentado
doblegarla bajo sus labios. No le importaba nada, solo quería que sintiera como
no podía hacerle frente, como acabaría cayendo bajo su poder. Nadie podría
impedirlo, estaba escrito así. Ella se resistía y se retorcía, o que hastiaba a
Tao, pero a la vez, le llevaba a impregnar más fuerza en el beso.
Pero de repente, todo acabó. Sin
entender cómo, ni porqué, sintió que tiraban de él hacia atrás, con una fuerza
increíblemente poderosa. Sus pies se elevaron del suelo antes de salir
disparado contra la pared a su espalda. Le dolió tanto, que ni siquiera era
consciente de lo que sentía, solo estaba concentrado en volver allí, llevarse a
Selene… Antes de que se cerrara la puerta, acertó a ver a Kim Myungsoo en el
pasillo, jadeando con un brazo estirado en su dirección.
Cuando intentó moverse el dolor de
su cuerpo comenzó a hacerse palpable. Estaba destrozado, apenas podía respirar,
sus brazos y piernas no respondía. Dolía tanto que se le saltaron las lágrimas.
Pero no podía quedarse así… Se arrastró como pudo, algo más cerca del piso,
leyendo sus mentes, con la concentración que pudo recuperar. Sus pensaamientos
le dejaron claro que Myungsoo tenía ciertos poderes.
Mientras su odio hacia ese hombre
se hacía más fuerte y profundo, no podía evitar reír malévolamente. Él era
también como él. Solo tenía que atraparle, y sería destruido, para siempre.
Mientras se imaginaba todo tipo de muertes sangrientas, lentas y dolorosas, su
pensamiento se iba clarificando, planteándole una duda.
“¿Y Selene?” No podía apartarla
ahora que sabía que vivían juntos. Estaba en medio de ambos, a su lado… Rápida
como le rayo, una idea cruzó por su cabeza, haciéndole recuperar la energía
perdida. Se levantó y llamó a los guardias por ayuda. Se alejó de allí,
sabiendo que podía escucharle, y fueron a la calle.
-Es ella. La chica es Alpha.
Seguidla, sed muy sigilosos, no digáis nada, que no os vea. Atrapadla en cuanto
podáis.
-¿Y Omega?
-Él vendrá a por ella, y se
entregará solo. No podrá estar lejos mucho tiempo.
Asintieron y se metieron en el
vehículo. Tao sonrió, perfeccionando próximas estratagemas. Alzó la vista hasta
el último piso, despidiéndose, hasta pronto. “No sería necesario castigarte, si
no hubieras estado con él, Selene. Pero desobedeces al destino, y eso tiene un
precio.”
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