33# Momentos que jamás fueron. Su nombre escrito a fuego en mi cabeza y esos ojos…
Caminaba sin fijarme muy bien en lo que hacía, intentado encontrar sentido a lo que había oído, aprovechando que el dolor remitía poco a poco, pero no pude alcanzar a entender nada. Tampoco lo intenté con demasiada insistencia. 

Al llegar a la casa choqué con alguien que salía en ese momento con una gran bolsa de basura, intentando cogerla sin que le molestara, solo mirando su mano. Me llevé la mía al hombro, emitiendo un sonido de dolor, a la vez que abría los ojos para contemplar a mi torpe agresor y hacer que se arrepintiera. Así pues, me dirigí a él con indignación, hasta que vi sus ojos. Esos ojos.




Quizá había sido solo un sueño cuando lo había visto viajando por mi mente como ráfagas de luz, quizá un pensamiento premonitorio, o un recuerdo de otra vida. Solo sabía que, en ese instante, era incapaz de articular palabra, ni moverme del sitio al que estaba anclada como si mis pies pesaran toneladas. Y él tampoco parecía moverse, ni reaccionar. Ambos estáticos, mirándonos confundidos en un momento que pareció durar días. Entonces, su compañero apareció por una pequeña puerta y le llamó agitado, instándole a que volviera enseguida, y recordándole furioso que no nos podían ver.
En el momento en el que el contacto visual se rompió, me sentí extraña, vacía y más confundida aún. Desapareció por una puerta trasera de la casa, a la vez que el extraño socio de Tao salía por la principal con una sonrisa malvada entre sus dientes, mirándome con astuta crudeza.
Solo pude pensar en ese ser y los escalofríos que sentía al tenerle cerca, aunque se hubiera montado en el taxi ya. Tao me abrazó seguidamente, evaluándome con su mirada crítica que se adentraba en mi alma. Instintivamente, me quedé en blanco, solo pensando en mi reflejo en sus ojos. Sonrió.
-Tengo a alguien más esperándote dentro, espero que la recuerdes bien a ella al menos. Ven, vamos.- Me dio la mano, y me guió al interior de la casa con una sonrisa torcida en su boca.- Me tengo que ir, pero ella te cuidará. Ya verás… Lo pasareis bien.
Alcé la vista por encima de su hombro, pegándome a su espalda, intentando ver por delante de él. Había alguien sentado en el sofá, una chica de espeso cabello que le tapaba el perfil del rostro mientras miraba al suelo. Tao carraspeó un momento, y la mujer enseguida dio un respingo, mostrado su inquieta actitud y energía. Buscó con los ojos hasta que me encontró y me sonrió. Sabía quién era, pero…
“Es mi amiga, sí… Sí, claro… Es la… ¿Historiadora? (¿Era historiadora? Sí, ¿Verdad?) Sí, sí, la que siempre estaba conmigo en el orfanato también… Ay, ¿cómo se llamaba? Era mi mejor amiga…”
-¿E-Eva? –Ella asintió y vino corriendo a abrazarme con una sonrisa. Jugó con dos mechones de mi pelo mientras se separaba, alegando que me había echado mucho de menos y que teníamos que hablar de muchas cosas. Fui encontrando algunos recuerdos aislados en mi mente, haciendo que me sintiera orgullosa de mi misma por un momento.
-Bueno… Entonces… Os dejo, chicas. Tened cuidado.- Tao se despidió con una mueca, mientras daba lentos pasos hacia atrás. No parecía que quisiera irse, pero avanzaba de forma inexorable hasta la entrada. Me sentí angustiada y triste. ¿Dónde iba? ¿Por qué?
-¿Ya te vas?... Dijiste que irías mañana.- Con ese sutil susurro, hice que se le encogiera el corazón, aunque ni siquiera debería de haberme oído... Mantuvo su fachada inexpresiva, e incluso podría haber creído que, efectivamente, no había escuchado… Pero sus constantes vitales le delataban. Me mordí el labio, sintiéndome culpable.
Me despidió con un beso y una sonrisa, alejándose en la oscuridad de la calle desierta, hasta montar en el coche. 

  

Suspiré y me di la vuelta, entrando de nuevo en la casa, que sentía solitaria y algo vacía. No pude pensar en nada más, pues enseguida, Eva me cogió por las muñecas y me sentó en el sofá a su lado, excitada y feliz. Una nueva tanda de imágenes me llenó la cabeza, haciendo que sonriera, y me sintiera infinitamente más cómoda. Claro que la conocía, era mi mejor amiga.
-Tenemos muchas cosas de las que hablar tú  yo… Así que, Tao, ¿Eh? Menudo hombre has encontrado. ¿Dónde fuiste a buscarlo? ¡Yo quiero uno así también! Aunque no me quejo de lo que tengo…–Me encogí de hombros, sonriendo algo incomoda y estupefacta por la velocidad a la que hablaba.- ¿Estás ya mejor? ¿Sigues un poco enferma? Me han contado que hace una semana tuviste un accidente con un pececillo…- Comenzó a reír, arrastrándome con ella en ese frenesí.
-Oh, bueno… Sí. Pero ya estoy mucho, mucho mejor, no pasa nada. La medicación hace su efecto. Tuve un momento de lapsus mental, pero no fue para tanto, solo que… Me cuesta pensar.
-Me alegro, me alegro de que ya estés mejor. Así que, ¿qué recuerdas de mí? Porque creo que te tendré que contar ciertas cosas más… -Sonrió con picardía y dio pie a mi breve explicación.
-Puees… Bueno, recuerdo todo el pasado, el orfanato y eso. Cuando llegué aquí, el piso… Y luego… Tú te fuiste a… ¿Un trabajo? Esa parte no… No sé. Te fuiste, y luego encontré a Tao y comencé a trabajar para él, y me mudé a su apartamento… Y que… ¿Qué fue de ti? Siento que hace siglos que no te veo.-Intenté terminar con una tímida sonrisa, pues de veras no sabía que había pasado para que no nos viéramos… Y mi mente nublada no me ayudaba a recordar nada más.
-Bueno, no vas mal encaminada. Verás: me tuve que ir a investigar un nuevo hallazgo, y me entretuve en el camino.- Emitió una nueva carcajada.- Lo que pasa es que no te acuerdas del todo de esa parte. Te fuiste a vivir con Tao no hace mucho tiempo, y vinisteis aquí por unas vacaciones que le dieron a él en el trabajo… ¿No lo recuerdas? Bueno, no pasa nada. Solo que, al final parece que os gusta este sitio y he tenido que venir a visitaros… Así que nos vimos hace dos semanas. No hace un milenio.
Asentí con la boca semiabierta, algo incrédula por la historia que me estaba contando, la que parecía totalmente ajena a mí en gran parte. Me pesaba la cabeza, tenía sueño, estaba cansada y agotada. No me apetecía buscar recuerdos en ese momento, así que simplemente afirmé todo lo que decía.
-Y lo que te tenía que contar es que… ¡Madre mía! He conocido a un pedazo de tío increíble. Repito: INCREÍBLE. Es simpático, alegre y guapísimo. Ohh… No te lo puedes imaginar. De hecho, es gracioso, porque le conocí justamente aquí, trabaja para Tao. Pero es… Hohohoho, querida amiga… Tengo taantas cosas que decirte… Pero primero.-se descubrió la muñeca para mirar a su reloj antes de poner cara de pánico.- ¡Hace una hora que deberías haberte tomado la pastilla!
Corrió agitada e inquieta, como era ella, hasta la cocina, lanzándome una mirada amenazante antes de atravesar el umbral, advirtiéndome que no pasara. “Normas de la casa”. Suspiré, frunciendo el ceño. A veces me sentía encerrada allí, sin poder moverme, en una jaula de por vida.
Todas las noches la cabeza me pesaba, mis pensamientos se volvían más oscuros y extrañas imágenes me invadían, haciendo que me mareara y se me revolviera el estómago. Esa noche en particular, me sentía más agobiada de lo normal, y unos ojos me perseguían intermitentes, aunque pensara en cualquier otra cosa. Negros, almendrados, brillantes y rasgados, con suaves pestañas enmarcando su forma, delineándoles, haciéndoles más profundos. Su mirada fija, su oscura sombra. No podía dejar de pensar en eso, sin recordar muy bien dónde los había visto anteriormente.
-Bueno, aquí tienes.- Dijo Eva entrando de nuevo al salón con una radiante sonrisa. En una mano llevaba un vaso de agua, en la otra; una pastillas envuelta en papel de plata.
Me mordí ligeramente el labio inferior, y recogí ambas cosas con una ligera duda. Siempre preguntaba por el prospecto, pero nunca me lo daban. Me decían que no hacía falta, que era bueno, y que debía confiar en ellos. Era “una tontería” leerlo, pues no me iba a decir nada más de lo que ya sabía por parte de ellos. Pero aun así… Había estudiado farmacia, y me gustaba leer todo eso, saber qué estaba tomando. Con la pastilla en la mano, observé a Eva con cierta duda, sin saber si debía preguntarle.
-Mmm… Eva… Oye, tú… -Me vi interrumpida por su “dime, dime”.- ¿Podrías darme el prospecto de esto? Ya sabes… Solo por curiosidad, como hago con todo.



-Oh, cierto. Te encantaba mirar esas cosas.- Dijo riendo, con voz soñadora.- Siempre me acuerdo de cuando no recordaba las dosis, o ni siquiera sabía para qué era eso… Si no fuera por ti, seguramente me tomaría ibuprofenos a diestro y siniestro sin saber que son analgésicos y que solo se toman si hay dolor. –Riendo también, deje el vaso en la mesa, señalando un recuerdo que acababa de acudir a mi mente.
-¡Sí, sí! Te dijeron cada seis horas y te los tomabas siempre cada seis horas, hasta que te dije que si te dolía. Y me contestaste súper resuelta: “Pues no” –Dije entre risas, imitando su voz.- “Estoy mejor, eso es que me hace efecto” Y tú sin saber que eran para quitar el dolor, solamente te los tomabas por qué sí… Sin más. Cada seis horas una pastilla… ¡Y tan contenta!
-De verdad… Podía llegar a ser muy pavoncia.-Me miró extrañada un momento, antes volver a reír.- ¿Y esa palabra? ¿Cómo fue eso?
-Eso fue en España, cuando estaba yo aún estaba en cuarto de la ESO y me peleaba con química.-Me sorprendí a mí misma con la claridad con la que todo estaba en mis recuerdos.- Hacíamos apuestas para ver quien resolvía los ejercicios antes… Y nos picábamos mucho. Al final nos inventamos eso… En un momento de desvarío.
-Es cierto, ¡es cierto! Nos picábamos muchísimo. ¿Y recuerdas con matemáticas? Acabábamos cantando villancicos y canto gregoriano… Siempre acabábamos como locas. ¿Y cuándo terminaste el examen final y no sabíamos por qué teníamos canciones de Mulán en la cabeza?
Asentí, feliz de poder recordar todo cuando me decía, disfrutando del pasado, sintiéndome persona de nuevo. Tenía una historia, no estaba vacía. Las cosas parecían tener un poco más de sentido.
Seguimos hablando de los viejos tiempos, mientras las horas transcurrían en silencio, sin que fuéramos conscientes de que era de madrugada ya, y no teníamos ninguna gana de ir a dormir. Eva se levantó un momento al baño, en el que yo aproveché para estirar las piernas y salir a la terraza. Antes de poder moverme del sitio, observé con pasmo que había olvidado tomarme la medicación, y esta se había desecho en mi mano. Musité un “ahhgg” de asco y me limpié. “Bueno, no pasa nada. No me duele la cabeza y estoy recordando mucho…” Me encogí de hombros, y salí a fuera contenta. Quizá ya no me hiciera falta ni siquiera tomar nada de eso…
Al rato Eva salió también, asustándome al cogerme por detrás, haciéndome cosquillas.
-Bueno, ¿Qué? ¿Qué hacemos? ¿Vamos a dormir? –Negué fuertemente con al cabeza.- Entonces… Permíteme que te cuente algo más nuevo…
-¡Sí! Me tienes que hablar de cierto chico… -Dije riendo, guiñándole un ojo torpemente, haciendo que se burlara de mí y contraatacara con más cosquillas.- ¡Para, para! ¡Nana! -Con esa llamada, paró en seco, mirándome trastornada, con la boca temblando. Se alejó dos pasos de mí.
-¿Q-Qué? –Agité la cabeza confusa, sin saber que decir. “¿Nana?”
-N-no, nada, nada. Ha sido un momento… Me he confundido, perdona Eva.
Ella entró como una exhalación al salón, comprobando o buscando algo desesperadamente. Se giró hacia la terraza con ojos espantados.
-¿Te has tomado la medicina? ¿Verdad? ¿VERDAD? –Aparté la vista hacia el suelo, y oculté mis manos en mi espalda.
-Sí, s-sí… Claro.- Suspiró un momento, calmándose un poco, volviendo a sonreír.
-Vale, vale, entonces está bien. Habrá sido un pequeño lapsus… A todo esto, antes de seguir con mi super-historia.- Dijo con una risa pícara.- Voy a tomarme una cosa a la cocina. -Se escabulló de allí rápidamente, cerrando la puerta a su paso, pero sin poner el cerrojo.
Quizá unas horas antes me hubiera sentado en el sofá a esperar, o hubiera seguido mirando a la playa desde allí, viendo como amanecía en el horizonte. Pero ahora… La curiosidad, la adrenalina que viajaba por todo mi cuerpo… Quería entrar allí, saber cómo era esa parte de la casa. Hacer algo, moverme, liberarme. Tampoco podía pasar nada malo, solo era una cocina. Incluso dicho así era absurdo, ¿por qué no iba a poder entrar?
Me aventuré adentro con cuidado, sin dejar que la puerta emitiera ningún sonido, guardando el silencio en cada paso. No me costó que no se oyera nada, pues allí dentro, varias personas mantenían una conversación acallada, oculta por el estruendo de una radio encendida, que tapaba cualquier otro sonido.
La habitación era bastante espaciosa, y estaba iluminada por varias luces y el sol emergente que se veía por un gran ventanal al otro lado de donde estaba yo. En la pequeña mesa del centro de la estancia, dos hombres tomaban un café. Uno de ellos, de espaldas a mí, totalmente callado, moviéndose como un robot, tomando sorbos de una manera casi organizada. La escena de la pasada noche, en la puerta de la entrada se repitió en mi cabeza, atendiéndome. Me concentré en su olor, sintiéndome reconfortada, sin saber por qué. Solo tenía ojos para él, para su espalda, sus hombros, su cabello brillando con el gris amanecer. Mis piernas querían correr hasta él. Abrazarle, estar a su lado. Como una ráfaga de viento, su figura se mostró en mi mente. Su perfecto rostro, su sonrisa cálida, sus ojos. Esos ojos… “No, no. Estás alucinando, Selene”
Eva estaba preparando varias pastillas en la encimera, eligiéndolas con cuidado. El otro chico terminó su café a prisa y fue a ayudarla en con el proceso, sonriéndola y haciéndola reír con su torpe ternura.




Trabaja para Tao” “He conocido un pedazo de tío increíble” Supuse que era él de quién hablaba… Antes de sentirme totalmente extraña y ajena a todo aquello. ¿Tenía algún sentido? Agité la cabeza, evitando que la angustia evolucionara más allá de un simple momento de súbita rareza.
Pero… Parecía todo sacado de algún tipo de película. Iban vestidos igual, trajeados, como si fuera un uniforme de trabajo. ¿Entonces Eva trabajaba para Tao también? ¿Y por qué me había explicado esa historia? ¿Por qué sentía que todo era una mentira? Eran como actores de una obra de teatro, solo que su escenario, era mi vida. No sabía si les conocía, o quienes podían ser. Nada tenía sentido.
Un sollozo amargo hizo que se volvieran hacia mí, alarmados, poco a poco tornándose sus miradas en pánico. No sabían que hacer, estaban estáticos, al igual que yo. Todos me eran tan familiares… Y la situación era tan absurda, tan irreverente. ¿Quiénes eran y por qué estaban allí?  
-¿Quiénes sois?
-No deberías de haber visto esto. No deberías… ¿QUÉ HACES AQUÍ?
-Nana, lo siento, lo siento, de verdad. Ya me voy. –Murmuré agachando la cabeza, en voz baja.
-¡NO SOY NANA! ¡FUERA! ¡FUERA!
Dio grandes zancadas hasta donde estaba, avanzando con estrépito y furia. Agarró mi hombro y se dispuso a sacarme de allí a la velocidad del rayo, pero fue parada por el hombre de los ojos negros, que cogió su mano y la paró en el aire, aun moviéndose como un autómata, pero sin esa mirada perdida que tenía antes. Sus ojos parecían haberse quitado un antifaz que suprimía su expresión y brillo. Ahora me miraban penetrantemente, de una forma que… Creía recordar… De algún lugar, algún momento… ¿Dónde estás?
Sentía mis oídos zumbar exaltados, brillos en mis retinas, me impedían ver, perdía consciencia de mí misma y me desvanecía hacia el suelo, solo pudiendo escuchar un último grito, que resonaba lejano en algún sitio.
-¿Qué estás haciendo Myungsoo? ¡Suéltame!... ¿Selene? ¡Selene! ¡SELENE!
Myungsoo…




Los sueños que tuve esa vez fueron remolinos de imágenes, en las que muchas veces, Tao y aquel chico de ojos negros se intercambiaban el papel, dejándome confusa, y transformándolo todo en una angustiosa pesadilla en la que solo se oía una voz desesperada gritar mi nombre y una palabra se repetía constantemente con cada latido de mi corazón. Myungsoo.




Comments (0)