26# Aguardemos, con nuestras vidas al filo de los imposible.
Cuando se oyeron los disparos, Sungyeol y Nana, aún esperando expectantes, se giraron sobre sus pies, mirando hacia al pasillo sin fin, con duda. ¿Le habrían encontrado? ¿Había varias salidas entonces?
Repentinamente todo cesó, lo que les puso aún más nerviosos. Se aventuraron dentro, lentamente, en silencio.
-Sungyeol, espera. –Murmuró Nana cogiendo su mano, sintiéndose perdida en la oscuridad.- No veo nada.
Él asintió, guiándola en la noche. Sus pensamientos estaban apagados. Estaba cansado de todo, harto de que nada saliera bien. Seguía manteniendo en su pecho esa congoja que había sentido mientras iban allí, una siniestra acorazonada.
Caminaban lentos, asegurándose a cada paso que no venía nadie, escondiéndose en cada pequeño resquicio. Irían por la mitad del pasillo, cuando escucharon dos nuevos disparos, seguidos de unos gritos agudos y escalofriantemente angustiados. Se pararon, aguantando la respiración, hasta que los gritos salieron de la habitación, y reconocieron la voz de una mujer.
-Selene. –Se dijeron.
Sin tiempo para razonar en qué hacían, comenzaron a correr, atravesando lo que les quedaba de camino en poco tiempo. Sungyeol echó una ojeada alrededor de las demás celdas, encontrando una salida camuflada en otra habitación. Nana no quiso seguirle, si no que observó de lejos. Sungyeol abrió con cuidado, asomándose dentro. Allí había una enorme escalera pegada a la cristalera principal del edificio, que también abarcaba con su amplitud la enorme recepción donde se concentraban los guardias.
-Maldita sea… ¿Nana? ¿No sabías qué…?
-Sungyeol… Sungyeol, déjalo… Ven. –Murmuró una pálida Nana.
Pero antes de que Sungyeol pudiera darse la vuelta, el edificio tembló entero, haciendo que ambos perdieran el equilibrio y cayeran, mientras el techo comenzaba a agrietarse y se resquebrajaban algunas paredes por el súbito movimiento. Para cuando volvieron a respirar, había cesado. Con cuidado, Sungyeol se levantó y caminó asustado y tembloroso hasta la puerta de la habitación donde le esperaba una Nana que se sujetaba a los marcos de la puerta, hipando del susto.
-¿Qué ha sido eso? ¿Nana, estás bien?
-¡Mira quién fue a hablar! –Le reprochó aún sacudiéndose entre hipidos. Entonces suspiró, y volvió la vista al centro de la celda. –Creo, que, esto… Creo que…

Sungyeol la apartó de allí en cuanto pudo ver por encima de su hombro la figura de su amigo tendida en el suelo, sangrante. Pálido, se arrastró hasta donde estaba él, como guiado por pequeños hilos invisibles, como una marioneta. No tenía ninguna expresión en la cara. No podía moverse.


-¿Myungsoo…? ¿Qué…?
-¿Le conocéis, verdad? ¿Sois amigos suyos? Ayudadme, entonces.- Susurró una voz desde la parte más profunda de la estancia.
Un hombre robusto, alto, y con una cara agotada salió de su escondite, para enfrentarse a lo que ocurría en la realidad. Su pelo canoso caía sobre sus ojos rasgados, inteligentes, llenos de determinación y cierta prisa. Sus ojos negros como la misma noche.
Nana reconoció al doctor con una mirada cansada. ¿Seguía allí? ¿Había visto todo? Quería preguntar, pero sentía que no sería capaz de procesar lo que pudiera contestar. Todo estaba complicándose a una velocidad vertiginosa. Sungyeol, por su parte, seguía sin conseguir reaccionar. Myungsoo había muerto. Había muerto. No respiraba, estaba frío. Ni siquiera se había despedido de él. Ni siquiera se había imaginado que algo así podría pasar. No tan rápido, tan de repente.
-Ayudadme, os necesito. Si no podéis hacer esto… No solo morirá Myungsoo… Si no que moriremos todos. Por favor… -Musitó con una increíble urgencia en su voz.- Ayudadme a transportarle, necesito operarle en un lugar más seguro… Esto se va a venir abajo en cualquier momento.

Sin entender nada de lo que sucedía, sin poder pronunciar palabra, transportaron el cuerpo de Myungsoo como aquel hombre les indicó. Con cuidado y eficacia, consiguieron llegar hasta el despacho del doctor en poco tiempo, hasta llevarle a la camilla allí instalada. El rastro de sangre que habían ido dejando les delataba. Sungyeol y Nana se miraron totalmente faltos de esperanza, suspirando, resignados. No había nada que pudieran hacer para mejorar su situación. Nada podía ir peor.
Mentían. En ese momento, una nueva sacudida, más fuerte aún hizo nuevos estragos en el lugar. Afortunadamente aquel sitio estaba más resguardado que las celdas, pero aun así, las paredes se abrieron en ciertos puntos, y los muebles se vinieron abajo. Todos intentaron resguardarse bajo las mesas o sillas, poniendo su cuerpo a buen recaudo, hasta que finalmente pasó aquel largo terremoto. Consiguieron volver a respirar con normalidad, mientras el padre de Tao se preparaba para intervenir a Myungsoo inmediatamente, sin mediar palabra.
-Nana, ayúdame con esto. Aquí están las herramientas, alcánzame las que te pida, por favor. –Le dijo mientras se colocaba los guantes con cuidado tras haberse desinfectado las manos.
-Pero… ¿Sigue vivo? ¿Puede hacer algo? –Preguntó Sungyeol, con los ojos fuera de sus órbitas. No recibió ninguna contestación a su pregunta.
-¿Acaso se ha acabado el mundo? –“No…”.- Pues entonces puedes callar y rezar para que no lo haga. –Dijo algo molesto por haber sido interrumpido.


Sungyeol agachó los hombros, mientras lo único que podía hacer era observar como extirpaban aquellos trozos de metal ensangrentados del cuerpo de su amigo, e intentaba comprender el significado de las palabras que el padre de Tao le dirigía. Llegó un nuevo amanecer, pero nadie lo supo. Todos estaban lo suficientemente ocupados y abstraídos, a la par que cansados.
Tampoco podrían haberlo visto. Unas nubes negras se cernían sobre el sol, envenenando el aire, matando cuanto encontraban de vida a su paso.


Tao caminaba con la respiración agitada, alerta a cualquier pensamiento ajeno que pudiera registrar su mente. Necesitaba no ser visto, ni ser escuchado. Sobre su hombro, llevaba el cuerpo casi inerte de Selene, que se encontraba en un profundo estado de shock. En su mente solo se mantenía estática la imagen de Myungsoo. Aunque la notaba temblar a través de la ropa, no podía evitar sonreírse. Ya había acabado todo. Ahora todo estaba bien. Era suya, para siempre.
A mitad de camino, notó un súbito temblor bajando por todo su cuerpo. Sin poder frenar el dolor, se acuclilló, abrazándose a sí mismo entre descargas punzantes que le atravesaban en agonía. Cuando su cuerpo dejó de sufrir, sintió como aquella terrible opresión bajaba al suelo, comenzando una gran onda sísmica que iba creciendo en intensidad según se alejaba de él. Pronto, gran parte de la fortaleza se vino abajo, pero Tao era ajeno a ello. No quiso mirar atrás, solo una idea llenaba su mente.
Cuando se recuperó, recogió de nuevo a Selene y entró en su gran despacho, que hacía las veces de casa para él. Estaba más alejado de lo normal, tenía dos plantas comunicadas, el estudio que era a su vez el salón, tenía cocina, un gran baño y un dormitorio espacioso. Cerró cuidadosamente, activando todas las alarmas de seguridad que poseía. Respiró tranquilo, contemplando como la noche aún era cerrada, y él ya había conseguido todo lo que se había propuesto. Solo quedaba… Selene.
Selene se mantenía con la mirada perdida, quieta, aparentemente sin vida. “¿Debería…? Claro que sí. Ahora no puedo perder el tiempo”. Se sentó en el pequeño sofá con ella, pasando un brazo sobre sus hombros. Ella ni siquiera se intentó resistir. Se giró aún sin poder ver nada, pestañeando, confundida y asustada. Él acarició su mentón mientras se acercaba a besarla. Incluso cuando juntó sus labios, la sentía fría y distante. Continuaba con la mirada estática. Omitió eso, y siguió con lo que estaba haciendo hasta que consiguió romper la muralla del subconsciente de Selene. Entonces, despertó. Despertó para darse cuenta de que Myungsoo no estaba allí abrazándola. Nunca más. Con un rápido movimiento se alejó y se puso en pie, buscando una salida que no encontró, miró a Tao, mientras millares de imágenes se concentraban en su cabeza. Todo era una absoluta locura. Todo había perdido el sentido totalmente.


-T-Tao… ¿Qué…? Sácame de aquí. –Él se quitó el reloj tranquilamente, para mirarla desafiante.
-¿Por qué tendría que hacerlo? Selene, este es el lugar más seguro donde puedes estar ahora. ¿No dijiste que confiarías en mí? Hazlo. No te pasará nada, tranquilízate.
-Pe-pero… N-o quiero estar aquí… Myungsoo… -Murmuró al borde del llanto. Todo le estaba golpeando ahora, todo lo que había guardado escondiéndose en estupefacción y frialdad, le sobrevenía de manera letal. Tao fue hasta ella, cogiéndola por sorpresa.
-No puedes hacer nada más por él. Ahora solo yo puedo hacerte feliz.Solo yo.
“No quiero a nadie, déjame ir…” pensó Selene, aunque ella misma se dio cuenta de que poco podía hacer, de que no podía quedarse parada, estancada allí. Pero no quería hacer nada, no podía pensar en otra cosa que no fuera en él, en Myungsoo, en su todo. En su nada.
La noche continuó entre lágrimas y sollozos ahogados, recubiertos con caricias y abrazos que, aunque no conseguían apaciguar ni calmar el corazón herido de Selene, servían como consuelo y apoyo. Al menos había alguien a su lado, al menos no estaba sola, al menos...
Zitao sonreía. Todo iba según lo esperado.


-Pero, entonces… ¿Sigue vivo? ¿Si o no? Doctor…-Dijo Sungyeol con voz lastimera, una vez hubo acabado la operación y se secaba las manos, exhausto.
-No ha habido más temblores, así que supongo que todo está bien. –Sungyeol le miró con incredulidad y rabia. ¿No iba a contestar jamás?
-¡He preguntado si Myungsoo está…!
-¡Y yo te he dicho lo que sé! –Gritó el médico, haciéndole callar. –Sabes que no es humano, no tengo forma de saber si va a sobrevivir o no. Mientras el mundo no se termine, no morirá. Eso tenlo por seguro.
Sungyeol suspiró, volviendo a sentarse de mala gana en el sofá. Nana fue a sentarse con él allí también, ambos mirando de soslayo el cuerpo de Myungsoo, con esperanzas de que en algún momento se moviera, o volviera a respirar. El doctor se colocó en una silla frente a ellos, dudando sobre que podía decirles, qué debían saber y que no. Si se guardaba la verdad solo para él, en cualquier momento aquella información podía perderse, y entonces sí que correrían un grave peligro, y no solo ellos, si no la población mundial.
-Ya sé que queréis saber muchas cosas ahora mismo, pero… Aún es pronto. ¿Podréis esperar un poco más? Me gustaría que Myungsoo también pudiera oírlo.
Todos volvieron su mirada al eludido, con pequeños suspiros de resignación. No podían hacer nada más. Solo esperar.


Tao la arropaba con cuidado, mientras seguía contemplando su ceño arrugado. Tenía pesadillas, no paraba de gritar en sueños. Pero estaba allí,junto a él. Se dio la vuelta para ir a descansar al salón, cuando volvió a sentir un dolor opresivo en el pecho, el pánico le cegó, si volvía a ser un ataque de esos… Esa noche, había tenido dos crisis de dolor horribles, la segunda incluso peor que la primera. Luego, le había estado doliendo la cabeza horas, pero lo soportó perfectamente, sin embargo, aquellos temblores… “Otra vez, no, no por favor…”
Afortunadamente para él, no fue nada esta vez, apenas sintió aquellas punzadas agudas y el dolor remitió completamente. Respiró tranquilo, dispuesto a dormir plácidamente durante al menos unas cuantas horas, incapaz de procesar que sucedía adecuadamente.


El sonido de un tambor retumbaba por todas las paredes de repente. Los sonidos de los gritos y la tormenta habían dejado paso a un ligero murmullo de golpes rítmicos, que se acercaban lentamente. Sentada bajo la ventana, con el sol cubriendo mi cuerpo, abrí los ojos lentamente, para encontrarme con un blanco día nuevo.
Se acercaban. Cada vez se volvía más fuerte, me llenaba por completo, retumbaba en mi oído, haciéndome temblar. ¿Eran pasos quizá? ¿Caballos salvajes galopando? Con un pequeño grito me retorcí, cubriéndome los oídos. Ya estaba allí. Ya había llegado. El sonido seguía siendo fuerte, pero ya no sonaba tan estruendoso.
Cuando abrí los ojos vi su brillante sonrisa una vez más. Como si nada hubiera pasado, deseándome buenos días.


Selene abrió los ojos, con el corazón latiendo con fuerza . Miró al techo, calmándose, llevándose una mano al pecho, con la frente arrugada. No eran sus latidos aquellos que llenaban su cabeza. No era su corazón el que se retorcía entre latidos desesperados por vivir.
“Myungsoo”







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